¿Imagina alguien a un preso del Dueso, por ejemplo, emprendiéndola contra otro pringao por haber intentado dinamitar la cordura diaria que preside la cárcel de Teixeiro? Las felpas con que serán recibidos en su nuevo destino, a buen seguro, correrán por cuenta de subalternos que desprecian la identidad de los reclusos díscolos.
Les llega la mirada para expedir certificados de laceración. Es la ley de la prisión. La tensión en Teixeiro huele a azufre y viste el colorido cruel de la cosa masificada. La vida en Teixeiro, cuenta mi amigo Mao (un torcido historial de entradas y salidas del que otro día les hablaré), es transitar sin luz por la autopista del infierno.
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