Los lanceros, gente cabal donde las haya, tienen derecho a divertirse convirtiendo la degradante crueldad humana, en una tradición secular. El toro se limita a ser tradicionalmente torturado y muerto porque por algo es una bestia.
Al contrario, los valientes lanceros nunca son unas bestias. Podrán ser unos valientes de pacotilla, sí, pero nunca unas bestias. No hay que olvidar que son humanos y, entre otras cosas, saben muy bien lo que se hacen.
Por ejemplo, alancear a un toro, honrosa tradición que no sólo enseña a sus hijos cómo no serlo sino que, de paso, avergüenza a los demás por serlo. Son ellos los que rompen sueños.
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