Mueve la melena negra y le gusta arreglarse. Al hablar tiene acento castizo. Aunque viste ropa alegre, su mirada es lánguida, tal vez por el calor o por el esfuerzo del día a día para mejorar lo que no le gusta del mundo.
Pertenece a varias asociaciones protectoras de animales, pero organizó un pequeño grupo anónimo junto con otras siete personas.
Se dedican a buscar hogar o refugio para animales abandonados. El esfuerzo es mucho y las críticas frecuentes: "Siempre está el listo de turno que dice: ‘¿Cómo puedes preocuparte de los animales, habiendo niños que se mueren de hambre?’. Lo que no saben es que también ayudamos a gente que lo necesita".
"¿Es peligroso alguien capaz de hacer daño a un animal?". Margarita deja la respuesta en el aire. Conoce muchas atrocidades (cazadores que ahorcan a galgos, fiestas en las que se tortura a toros, vaquillas y burros) y no entiende por qué algunos se toman a broma a los que protestan: "Se tiende a pensar que somos viejas chifladas que dan de comer a los gatos.
No somos raros, ni estamos solos en la vida. Tampoco nos sobra el dinero: hacemos lo que podemos".
Los animales le parecen débiles porque carecen de palabras, pero reconoce en ellos la pureza que muchos humanos no tienen: "Los animales carecen de maldad. Hay personas maravillosas que lo dan todo, pero en masa dejamos mucho que desear. Somos los seres más abominables de la creación".
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