‘Vivir bajo el puente’ no es una expresión

José María tiene 50 años, la vida le dio un giro inesperado y lleva tres meses alojado a la intemperie con vistas al Pisuerga.
José María lee el periódico cada día. Ha hecho del puente de Isabel la Católica, su casa. Pablo Elías.
José María lee el periódico cada día. Ha hecho del puente de Isabel la Católica, su casa. Pablo Elías.
José María lee el periódico cada día. Ha hecho del puente de Isabel la Católica, su casa. Pablo Elías.
Espacios abiertos, amueblado, buenas vistas al Pisuerga, barato. Parece el anuncio de una inmobiliaria, pero es la cruda realidad.
Vivir debajo del puente no es sólo una frase hecha, y si no que se lo pregunten a José María. A sus 50 años, lleva tres meses habitando bajo el puente de Isabel la Católica. La cama, el armario, la despensa, una hoguera... todo está allí, la orilla del río es su casa desde que decidiera «por cabezonada», nos confiesa, tirarse a la calle.

«De hambre, hoy día, nadie se muere», dice convencido. Por la mañana pasa por el mercado del Val y recoge el pan que les sobra a los restaurantes del día anterior. En las tiendas, donde ya le conocen, un día es una lata de calamares, otro de magro de cerdo, una cebolla,  hoy toca arroz... hay un joven que le lleva bocadillos, «pero bien, con lomo y dos capas de queso, muy buenos», gesticula. Es fumador, y de colillas –las de los ceniceros del clínico– se puede ir tirando.

Un curro, eso es todo

El trabajo fue la causa de su desgracia, pero es también lo único que le puede ayudar a salir del agujero.

José María estaba casado, con hijos y un trabajo estable... que se fue a pique. A partir de ahí los problemas conyugales, «la hipoteca no se paga sola y te quedas sin casa», la separación, la pérdida de otro trabajo... y su decisión de no querer ayuda, «no soy orgulloso, pero yo decidí tirarme a la calle y yo quiero salir por mis propios medios». Ni siquiera su familia, que vive aquí en Valladolid, sabe qué fue de él.

Por su apartamento con vistas al Pisuerga pasan de vez en cuando un par de búlgaros con los que comparte tertulia, uno de ellos ha encontrado trabajo en una obra. Tiene esperanzas puestas en que un día le llame y le diga, «José María… vente a trabajar», volvería a compartir piso, pero entre cuatro paredes.

Por decisión propia

Sabe que hay albergue, comedor municipal, a veces va a darse una ducha «pero no me gusta por muchos motivos, los horarios, que al día siguiente te tienes que ir llueva o haga frío, y la gente que acude tampoco me convence». Estuvo un tiempo en el centro de Cáritas, donde de vez en cuando va a por ropa. Allí le intentaron encontrar trabajo «pero a mi edad, nadie me contrata», se lamenta.

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