Los últimos de la heroína

  • La Comunidad cierra la narcosala de Las Barranquillas.
  • 20 minutos pasó una jornada con los toxicómanos.
  • Cada día pasaban por ella cien usuarios.
Unos toxicómanos, merodeando en los alrededores de la narcosala cerrada.
Unos toxicómanos, merodeando en los alrededores de la narcosala cerrada.
Elena Buenavista.
Unos toxicómanos, merodeando en los alrededores de la narcosala cerrada.

Son días de Navidad en Las Barranquillas (Vallecas). Un toxicómano que fuma un chino junto a un muro lleno de pintadas grita lo que parece un aullido: "¡Ponlo, pon en el periódico que son unos cutres! En Nochebuena se despidieron de nosotros dándonos un bocata de chorizo y otro de mortadela. Esa fue nuestra cena".

En el antiguo poblado, otrora el gran supermercado de la droga de la capital (ahora lo es Valdemingómez), se levantan no más de diez chabolas alrededor de la primera narcosala de España, que el 31 de diciembre echó el cierre definitivo tras más de una década atendiendo a drogodependientes. Cada día se pasaban por aquí unos cien toxicómanos. Su presupuesto había ido menguando año tras año (en 2011 fue de un millón de euros) hasta que la Comunidad ha optado por su clausura.

En este pequeño inmueble de no más de 200 m2, abierto en el 2000, los toxicómanos podían pincharse, comer y dormir bajo los cuidados y la supervisión de 40 trabajadores sociales. Ellos evitaban las sobredosis y guiaban al toxicómano en su reinserción en la sociedad. "Aquí ves lo peor del ser humano. El mono de la heroína es brutal, tan grande que hace que la gente solo viva para pincharse. Todo lo demás da igual", comenta uno de los empleados del centro a 20 minutos.

Elegantes y de clase media

La crisis y los recortes de la Comunidad parecen estar detrás de su clausura, aunque la Agencia Antidroga apunta a otras causas. La principal: el perfil del yonqui, que ha cambiado. Ya no es ese ser famélico que acude a pincharse a cualquier esquina. Ahora es el de una persona de clase media y media alta, de apariencia higiénica y normal. Puede que incluso elegante... y adicto a la cocaína. Según la Agencia, el heroinómano supone algo menos del 13% de los pacientes a los que atienden a día de hoy.

Irene, sin embargo, no parece encajar mucho con el perfil: treintañera, con pelo corto, de vez en cuando juega con el collar que asoma encima de su jersey. Solo se le notaba algo de mono en la falta de pulso al tocarse la cadena. Su historia es una historia de la crisis. "Volví a reengancharme después de dejarlo con mi chico y de que cerrara mi empresa. Vengo por aquí desde hace un mes. Llevaba años limpia de todo, hasta que un día me reencontré con un viejo colega y me dije ‘vamos a darnos un homenaje’. Y mira, el homenaje me ha durado hasta hoy".

"Esta gente vive al borde del abismo. Cualquier golpe en su vida sirve para recaer", explica un trabajador social. Él no está en la narcosala, sino en uno de los pisos en los que residen esporádicamente los drogodependientes en proceso de reinserción. "Es un puente entre el mundo de las drogas y el resto de la sociedad. De los 18 que había van a cerrar 11. Lo van a tener muy difícil para hallar un nuevo techo", explica. "Es una putada. Ahora tendré que irme a un albergue. Rápido. Dicen que hay sitio de sobra, pero no cabe ni Dios. Aquí se cuentan muchas cosas, pero la verdad... ", apostilla Irene.

Casi la mitad padece trastorno mental

El Instituto Municipal de Adicciones de Madrid atendió durante el año pasado a 741 personas sin hogar que sufrían algún tipo de drogodependencia, una cifra muy superior a las 595 personas que fueron atendidas en 2007, año de su apertura. El perfil tipo de estos pacientes es el de un varón de 48 años que consume alcohol, opiáceos, cocaína y estimulantes. El 40% presentaba también algún tipo de patología psiquiátrica acentuada por el consumo de drogas: trastornos mentales, psicóticos y de ansiedad.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento