Agosto. El sol mallorquín tuesta con gentileza su rostro adusto, más acostumbrado a días lluviosos que a las bondades del Mediterráneo. Ninguna sonrisa acude a sus labios finos. Parece sentirse a mil años luz de su esposa, una modosa Lady Diana Spencer de 26 años, a la que le saca 14. Por las escaleras del palacio de Marivent corretean sus dos hijos, dos querubines que ríen y reciben las atenciones de un adolescente príncipe de Asturias.

Corre el año 1987 y su relación matrimonial está en entredicho. El año anterior incluso se lanzó a bocetar el paisaje que dominan las colinas que rodean el sur de la ciudad de Palma. Pero ya nada parece estimularle en sus breves vacaciones, pese a los esfuerzos de sus anfitriones, los reyes de España.

También como el verano anterior, les acompaña Constantine de Grecia, hermano de la reina Sofía. Ambos son para él una especie de primos lejanos: la reina Victoria de Inglaterra fue su bisabuela. Liman asperezas de antaño: el rey Juan Carlos no acudió a su boda, quizás por la inconveniencia de haber elegido Gibraltar entre las escalas de su luna de miel. Formal y correcto, como corresponde a su posición como heredero al trono del Reino Unido y futuro gobernador supremo de la Iglesia de Inglaterra, Carlos tiene la mirada ausente.

Quizás piensa en lo lejano que siente aquel 29 de julio en la catedral de San Pablo, cuando desposó a una profesora de guardería de 20 años recién cumplidos. O quizás su mente retroceda mucho más, hasta un partido de polo en 1970, cuando una aristócrata de 23 años llamada Camilla Shand le comentó, resuelta: "¿Sabía que su tatarabuelo fue amante de mi bisabuela?". Camilla era católica romana, y no anglicana, así que el idilio se condenó al fracaso. Tres años después, ella se casó con el general Andrew Henry Parker Bowles. Él se resistió a casarse hasta 1981.

Su matrimonio y su imagen pública (le tachaban de aburrido) sufrieron un momento crítico en 1992, cuando la prensa publicó una conversación telefónica grabada tres años antes. La vergüenza de ver aireados comentarios adúlteros y erótico-fetichistas con Camilla ("¿Te lleno el depósito?", "¿así que te vas a convertir en unas bragas?", "Dios no lo quiera; en un Tampax") terminó con un sonado divorcio real en 1996. Camilla también se divorció en 1995.

Mucho tiempo tardaron en ver restaurada su dignidad y aún luchan para que Camilla, con la que se casó en 2005 -contraviniendo las leyes que prohíben a un rey (en ciernes) unirse a una divorciada-, sea aceptada entre los ingleses, tal vez, incluso, como futura reina. Ambos comparten una gran devoción por el campo y son activos defensores de la naturaleza (incluso han dado charlas sobre temas medioambientales y el príncipe tiene su propia empresa de productos naturales, Duchy Originals). Al fin y al cabo, es su amor desde hace 41 años, "su mejor amiga", ha dicho el príncipe en alguna ocasión. Y como tal la presentará a España en su primera visita juntos a este país, este miércoles 30 de marzo.

En plena cuenta atrás para la boda de su primogénito, el príncipe Carlos y la duquesa de Cornualles llegarán al palacio de El Pardo este miércoles, donde se alojarán los dos días de su visita oficial a España (la undécima para él, la primera para ella) y que forma parte de un tour que incluye Portugal y Marruecos. Esa misma noche se celebrará en el Palacio Real una cena presidida por los Príncipes de Asturias. El jueves, Carlos de Inglaterra visitará un centro tecnológico de Repsol en Móstoles en tanto que Camilla verá el trabajo de la Fundación Once del perro guía en Boadilla del Monte. Después se celebrará un almuerzo en la Zarzuela con los reyes. En los días posteriores, fuera de agenda, los invitados se dirigirán a Andalucía, donde gozarán de unas pequeñas vacaciones.