Kalina Vasileva y Andryan Andrianov: Cuenta atrás para una boda

  • Kalina Vasileva Dimitrova y Andryan Andrianov Asenov. 30 y 22 años, respectivamente, nacidos en Bulgaria. Iban a casarse el 16 de mayo. Están enterrados, en traje nupcial, en la misma tumba. Murieron en el tren que explotó en El Pozo a las 7:41 del 11-M.
  • “Tenemos que dejarla aquí, con él, para que siga siendo feliz en la otra vida”, Petra, madre de Kalina.
Kalina Vasileva Dimitrova y Andryan Andrianov Asenov.
Kalina Vasileva Dimitrova y Andryan Andrianov Asenov.
20minutos
Kalina Vasileva Dimitrova y Andryan Andrianov Asenov.

Las manos de Kalina Vasileva Dimitrova (30), búlgara, de talla pequeña y amiga del baile, tendían camas en un hotel de Madrid, pero valían para mucho más. Estaba bordando un tapete cuyo motivo principal era la Deva María (Virgen María), a la que profesaba una devoción especial.

Las manos de su novio, Andryan Andrianov Asenov (22), también búlgaro y jovial, pero más grandote y resuelto, estaban forjadas en la demolición y las reformas madrileñas, en las que trabaja como albañil. Cuando regresaba a la casa de Torrejón de Ardoz, Kalina le curaba con crema hidratante la piel, sedienta tras el polvo y la escayola de las obras.

Eran felices porque vivían en la dulce insensatez de una cuenta atrás. El 16 de mayo se casaban. El banquete, en Carabanchel, estaba pagado a medias. La orquesta (con polkas y mucho clarinete para bailar en giros y tropel), contratada. Los trajes (blanco para ella, negro para él), comprados. La familia y amigos, invitada. Un piso en propiedad, apalabrado. Lo único que no habían previsto era que su cuenta atrás no llegaría a la primavera.

Tenía otra fecha límite, el 11-M. Viajaban juntos por una de esas eventualidades que duplican el efecto devastador y absurdo de las tragedias. Cualquier otro día, Andryan hubiese tomado el autobús para ir a la obra en la que estaba trabajando, en el lujoso barrio de Salamanca, y Kalina, el tren para llegar al hotel. Pero ese jueves tenían que firmar unos papeles en Madrid y estaban, mano con mano, en el Cercanías que reventó en El Pozo.

–La suerte de Kalina estaba cambiando. Se la veía muy contenta y había encontrado a un buen hombre, un chico muy bueno que le hacía olvidar las tremendas desgracias por las que había pasado, dice Ruska Pashova, amiga y compañera de piso en Móstoles, antes de que Kalina se fuese a vivir a Torrejón, hace solo unos meses, con Andryan y su familia. La chica ya se había encontrado con la muerte.

En 1998, se había casado en Yambol, su ciudad natal. Un mes después, su marido y su hermano se mataron en un accidente de tráfico. El golpe fue tan demoledor y la tristeza se le agarró tan fuerte al corazón que, para arrancarla, tuvo que poner tierra por medio. Dejó un empleo en una empresa de telefonía y, hace tres años, se estableció en España, un país “tan maravilloso y cálido” que, según decía, le ayudaría a “espantar para siempre el luto y la desesperación”.

Andryan era natural de Lykotiv, pero ni por asomo quería regresar al sin futuro de Bulgaria, que dejó en 2000. Estaba fascinado con los españoles y su carácter. Incluso se estremecía cuando escuchaba cantar flamenco al pastor de la iglesia evangélica que frecuentaba. Tenía todo lo que necesitaba y había traído a sus padres a vivir con él.

Los novios búlgaros armonizaban el uno con el otro y, según cuentan los amigos, al verlos era perceptible la mutua influencia de las parejas que conocen la felicidad. Kalina había conseguido que Andryan dejase de beber cerveza con tanta diligencia. Andryan era el responsable del renacimiento de la sonrisa en el gesto de Kalina. Los han enterrado juntos en el cementerio de Torrejón, vestidos para la boda que nunca llegó a celebrarse.

Hace unos días, una inmobiliaria llamó al teléfono del novio. Querían saber si se iba a decidir de una vez a comprar el piso por el que había mostrado tanto interés. Ninguno en la casa supo qué contestar. Las inmobiliarias, ya se sabe, no son de este mundo.

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