El Bernabéu, Messi y los amores extravagantes

Cristiano, lamentándose.
Cristiano, lamentándose.
EFE
Cristiano, lamentándose.

Finalizado el partido del Bernabéu, Sergio Ramos y Zidane reclamaron el apoyo de la grada. El juego había sido malo durante bastantes minutos y el público se lo había hecho notar al equipo con pitos y murmullos, tal y como es costumbre. La reivindicación es vieja. Al Bernabéu siempre se le ha echado en cara su frialdad con una frase recurrente: "Parece un teatro". El reproche venía de fuera hasta que también se propagó desde dentro. La preocupación de directivos y presidentes favoreció a los ultras, a los que se amparó durante mucho tiempo por su capacidad (quizá la única) para vociferar sin descanso. Se dio por cierto que eran ellos los únicos que animaban. Sin embargo, en los partidos verdaderamente importantes, y nada es tan relevante en Chamartín como lo que se cuece en Europa, la voz de los radicales resultaba insignificante ante el coro formado por el estadio entero. No era, por tanto, un problema de garganta, sino de paladar.

Con el paso de los años, la frialdad persiste y el paladar también. Son los rasgos definitorios de un estadio y una afición que ha desarrollado su personalidad y sus gustos a partir de sus experiencias infantiles, incluso prenatales. Es decir: Di Stéfano, Puskas y Gento. O presentado de otra manera: Sacrificio, excelencia y mucho correr. Club y jugadores deberían presumir de la distinción de un estadio que entiende que el aplauso es una conquista y no un regalo. Al menos, mientras haya que abonar por una localidad entre 35 euros (sin catalejo) y 140. Es muy lógico que el público se comporte como si estuviera en el teatro cuando paga precios de Concierto de Año Nuevo.

Además, no es la afición quien debe rescatar al Madrid. Es el equipo quien debe aprender a tomar la primera curva de la temporada, bacheada con derrotas y lesiones. El próximo miércoles, en Vigo, sabremos si el coche ha salido por el asfalto o por la agricultura. Hasta entonces, tiene poco sentido cebarse en las críticas. Es evidente el atasco de Cristiano, pero su revancha es previsible, casi matemática, y estará plagada de goles y dedicatorias. En definitiva, tres días más de paciencia no son mucho pedir.

El Sevilla, entretanto, prosigue con la persecución, aunque ahora empujado por el viento que unas veces soplan los dioses y otras los árbitros. Lo llamamos, para resumir, "la suerte de los campeones", pero en realidad es confianza, precisamente lo que le falta a Osasuna, aun antes que los puntos. Su amargo lamento por el arbitraje es la historia de los perros flacos y las pulgas que hacen comuna.

En Eibar, el Barcelona se llevó la victoria en un campo repleto de trampas para osos; Busquets cayó en una. Luis Enrique reservó de inicio a Piqué e Iniesta, pero cualquier rotación es una anécdota si juega Messi. Nos asombra su talento, pero nos deberían sorprender más sus ganas. Hay muchos genios que son tipos medio desmayados, de tan superiores que se ven, pero a este todavía le entusiasma jugar. Lo mismo en Ipurua que en Old Trafford. Admirablemente democrático y deliciosamente omnívoro.

No todos los grandes salieron sonriendo. Después de empatar en San Mamés, el Atlético se vuelve a alejar de la Liga, pero quién sabe si no se estará aproximando a todo lo demás, y lo demás es mucho. Griezmann confirmó su recuperación en el lugar que más le inspira, La Catedral, ya sea por convicciones religiosas o por haberse criado en Anoeta. El partido hubiera sido digno de una prórroga, pero para este y otros giros reglamentarios tendremos que esperar a que prosperen las ocurrencias de Van Basten.

Así es. El delantero centro más elegante que vieron los tiempos ha recuperado el protagonismo mediático por una serie de propuestas que ha promovido como director de desarrollo técnico de la FIFA y mano derecha del presidente Infantino. Ahí está el quid de la cuestión. Infantino tiene 46 años que eran 18 cuando Van Basten le marcó aquel gol de volea a la Unión Soviética de Dasaev, en la final de la Eurocopa. Quién sabe si Infantino no sería también seguidor del Milan de los holandeses. El caso es que nada se le puede negar a un amor de juventud, ni siquiera lo más extravagante.

Van Basten propone acabar con el fuera de juego, parar el tiempo en los últimos diez minutos de los partidos e instaurar los shoot outs, algo así como un mano a mano entre guardameta y jugador que parte a 32 metros de la portería y debe resolverse en cinco segundos (invención de la liga de Estados Unidos en 1996). O sea: el Circo Ringling con hierba en la pista. Es obvio que a Van Basten le aburre la vida. Lo inquietante es que también le aburra el fútbol.

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