Podría ser el pueblo perfecto y es que todo parece estar medido y diseñado como si de un decorado se tratase. Pero Peñaranda de Duero es real como la vida misma y tras cada uno de sus edificios se esconden siglos de largas historias.
Y también alguna leyenda, como la que nos cuentan en su castillo, el edificio más antiguo del pueblo. En este caso no se trata de una historia trágica ni de un fantasma que vaga por sus estancias a la espera de venganza. Aquí se dice que vive el Hada Cantamora, que durante las noches de Luna llena emite una dulce melodía con la que protege a los lugareños.
En este pueblo el Hada Cantamora protege a sus habitantes en las noches de Luna llena
Para que los muchos turistas que visitan esta fortaleza se puedan aprovechar de su aura mágica, el espacio artístico A Cántaros esconde pequeñas piezas de barro entre los muchos rincones del castillo y el afortunado que encuentre alguna se la puede llevar a casa junto a su ración de magia. Una razón más que de peso para ir bien atento durante la visita.
En lo más alto
El castillo, como todas las fortalezas defensivas, se encuentra en la parte más alta del pueblo. Hasta allí puedes subir en coche o dando un agradable paseo mientras disfrutas de las maravillosas vistas. Una vez allí, al castillo no le falta detalle, como su foso, su torre del homenaje, que es posible visitar, y una parte importante de la muralla que protegía la ciudad.
Por poco tiempo
Ya de nuevo en el pueblo, destaca el palacio de los condes de Miranda, más conocido como Palacio de Avellaneda. Su portada plateresca es una maravilla, al igual que su patio. Eso sí, hay que darse prisa para visitarlo ya que antes de que termine el año se cerrará al público para comenzar las obras que lo convertirán en un hotel de lujo.
La plaza más bonita
Aparte de sus edificios históricos, la mejor carta de presentación de Peñaranda es su Plaza Mayor, una verdadera joya que se disputa con tranquilidad el título de plaza más bonita y no solo de la provincia de Burgos. A un lado, el Palacio de Avellaneda, y al otro, la iglesia de Santa Ana. Aunque lo que llama la atención es la arquitectura popular del resto de los edificios, con las vigas de madera vista y sus coquetos soportales.
Y para que esta excursión sea redonda, nada mejor que terminar degustando un buen lechazo de la zona. Si has subido al castillo, te mereces también un poco de morcilla en el aperitivo.
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