PEPA BUENO. PERIODISTA
OPINIÓN

Resaca

Pepa Bueno.
Pepa Bueno.
JORGE PARÍS
Pepa Bueno.

Hoy es 9 de marzo y el despertador ha sonado como cada día a las 6 y media de la mañana en casa de Pilar. Anoche volvió tarde de la manifestación del Día Internacional de la Mujer, recogió a los niños a todo correr en casa de su madre. Medio dormidos ya, los cargó en el coche, llegó a la suya y los acostó. Todavía resonaba en su cabeza "Libres e iguales, libres e iguales".

Preparó la ropa de los críos para hoy y se metió en la cama. Estaba reventada. Había empalmado la jornada completa de trabajo con la salida del colegio, de allí a casa de su madre para dejarlos. Y corriendo al punto de encuentro donde había quedado con sus amigas para la manifestación. También es casualidad que el día 8 de marzo Mario esté de viaje, pero tiene el ascenso en el aire y en este momento no puede negarse. A ella no se lo dijeron, pero las dos bajas maternales casi seguidas le cortaron el paso al puesto de jefa de sección y su sueldo es muy justito. "Libres e iguales, libres e iguales".

Como fue a la manifestación, no puso la lavadora, así que ahora, tras llenar la cafetera y enchufar la radio, va por las habitaciones recogiendo ropa,  mirando las agendas de deberes y los cuadernos -sí, los hicieron en casa de la abuela-, mirando las extraescolares -esta tarde, fútbol y pintura-, preparando las mochilas del cole y las otras con la equipación y la bata para pintar, mirando el frigorífico y anotando mentalmente que no hay yogures de los que le gustan a la niña, sacando pescado del congelador para la cena de esta noche… "Libres e iguales, libres e iguales".

Camino del trabajo tras dejarlos en el colegio, recuerda otras manifestaciones del 8 de marzo cuando creía que nada iba a interponerse entre ella y el mundo, segura de que su carrera incipiente le iba a deparar grandes momentos de una profesión elegida para la que se había preparado con años de estudio y las mejores notas. Ochos de marzo sin la sensación de estafa que tiene ahora mismo. Estancada mientras ve progresar a su alrededor a su marido sin ir más lejos, y a compañeros a los que tuvo que guiar como un lazarillo cuando llegaron a la oficina.

Y la estafa no son sus hijos, no. La estafa es prepararse para un mundo de seres libres e iguales y tropezar con uno configurado de antemano como si los hijos se criaran solos o siempre al cuidado de terceros. Ella no ha perdido ni un ápice de ambición ni de ganas, tiene la cabeza llena de ideas. Por eso al llegar hoy a la oficina, envalentonada por la alegría de la reivindicación compartida la tarde anterior vuelve a plantearle a su jefe que quiere llevarse trabajo a casa y dejar la tarea rutinaria a la que, poco a poco para que no se note, la han ido relegando.

Él pone su mejor cara de hombre comprensivo y moderno y le dice una vez más que en este trabajo no es posible. Que hay que estar. "Libres e iguales, libres e iguales".

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