ÓSCAR ESQUIVIAS. ESCRITOR
OPINIÓN

Guillermo Martín Bermejo y el Discípulo Amado

Óscar Esquivias.
Óscar Esquivias.
JORGE PARÍS
Óscar Esquivias.

Damos el nombre de Juan al autor del cuarto evangelio, de tres epístolas y del Apocalipsis, pero seguramente detrás de cada una de estas obras hay una persona distinta (o un grupo de ellas), y ninguna sea el misterioso Juan de Zebedeo, el Discípulo Amado al que Jesús llamaba también "hijo del trueno" (quizá porque era un joven impetuoso y hasta violento).

El evangelio que se le atribuye es el más original de los cuatro canónicos y ha fascinado a muchos artistas. Más que una biografía, se trata de una meditación espiritual sobre la vida y la naturaleza del hijo de Dios (por eso a san Juan, en Bizancio, le llamaban "el Teólogo"). El evangelio está escrito en un griego pobre y torpe (dicen los expertos), pero lleno de poesía. Abundan en su relato los pasajes emocionantes, como la llamada "oración sacerdotal" del capítulo 17, que el compositor Olivier Messiaen consideraba el fragmento más hermoso de todas las escrituras (con esa oración, Jesús se despide del mundo y encomienda a los suyos al Padre porque sabe que los deja en un lugar hostil, donde serán aborrecidos: ellos, como él, pertenecen al reino del amor).

Los artistas plásticos han representado a Juan siempre joven. En aquel grupo de apóstoles, él era el único lampiño (a veces le pintan una sombra de bigotito, como de quien empieza a asomarse a la vida adulta). Según la tradición, era también el único virgen de los doce. Su delicada belleza, a veces afeminada, contrasta en los retablos con la del otro Juan, el Bautista, que suele aparecer tópicamente viril, medio desnudo, con su musculoso brazo extendido para bautizar o bendecir.

Algunos escritores, además, han visto una relación entre Jesús y Juan de corte socrático, con el primero de "erastés" (el adulto y maestro, amante) y el segundo de "erómeno" (el joven discípulo, el amado). El poeta Giovanni Testori hablaba de la "atroz, carnal, / pecadora dedicación" de Juan a Jesús. Era el discípulo que apoyaba la cabeza en su pecho y recibía sus confidencias más íntimas, y quizá fue el único que supo mirarle a los ojos (su símbolo es el águila, el único animal que, según creían los antiguos, soportaba la visión directa del sol).

El artista Guillermo Martín Bermejo recoge esta tradición del Juan solar, carnal (pero no atroz) y juvenil, y la recrea fiel a su estilo, con una iconografía muy original y heterodoxa, alejada de las representaciones religiosas tradicionales. Ha dibujado doce intensos retratos masculinos (muchos del evangelista, otros de Jesús, de Pedro, del Bautista, Lázaro y Judas) que ilustran su personal meditación sobre el evangelio. Lo hace a través de una docena de pasajes seleccionados con intención poética, en los que las frases bíblicas brillan con todo su poder: "Ahí tienes a tu hijo"; "No era él la luz, sino testigo de la luz"; "Señor, tú sabes que te quiero"; "Era de noche".

Los retratos nos muestran rostros de muchachos jóvenes, de miradas intensas, llenos de belleza, absortos o expectantes. Están sin colorear, dibujados sobre hojitas de pequeño tamaño (14 x 7 cm) procedentes de libros antiguos, quizá de algún devocionario. Una de ellas está desgarrada: es la que dedica a Lázaro y parece simbolizar cómo fue arrancado del libro de la vida y devuelto después a ella; el bello Lázaro sigue vivo, pero no indemne.

Solo en un caso Martín Bermejo representa dos personajes en una lámina, y es en un Descendimiento en el que Juan ocupa el puesto de María (el Veronés tuvo una audacia similar con un ángel en su Piedad del Hermitage). La pieza que cierra la exposición es un "Noli me tangere" ("No me toques") que, colocado más alto que el resto de las obras, parece elevarse y se aleja de nuestro tacto.

Quizá no haya actualmente una exposición más delicada en Madrid. Se puede ver en la Factoría de Arte y Desarrollo (calle de Valverde, 23) y permanecerá hasta el 29 de enero.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento