MÀXIM HUERTA. PERIODISTA Y ESCRITOR
OPINIÓN

La buena gente

Màxim Huerta, colaborador del 20minutos.
Màxim Huerta, colaborador del 20minutos.
JORGE PARÍS
Màxim Huerta, colaborador del 20minutos.

Veo una portada con el presentador Roberto Leal enseñando músculo, muchos músculos, carne prieta, magra y depilada, y me da envidia. Pelusa de la rica, de la que me hace afilar los colmillos y empuñar el teclado.

Y sí, lo primero que pienso es "encima de bueno, estás bueno, canalla". Y me rio de mi pereza en los gimnasios, de mi fobia a las pesas, de mi rechazo a las bayas goji, de mi dentera ante las manzanas secas y aburridas, de mi colección de tarjetas y matrículas variadas en todos los centros deportivos del barrio. Ese Roberto, prensado en piel, me da dos bofetones desde su portada.

Y sonríe el muy bribón. Y me dejo, porque es amigo. Porque me cae bien. Porque es buen tío. Porque merece todo lo bueno que le pasa. Aplaudo su éxito de manera sincera. Es eso de lo que quería hablar. Podría acabar aquí la columna. Fin. Hablar bien no se lleva. A veces da la impresión de que lo último a lo que el español medio está dispuesto es a admirar.

Con lo fácil y saludable que es la empatía, la gratitud, el afecto. Andamos muy pendientes de demonizar a la gente mala, a los perversos, inmorales y malvados, y se nos olvidan los buenos. De la misma manera que prestamos atención a las noticias negativas y pasamos por encima, como si tal cosa, la sección de ciencia y cultura, hacemos lo propio con las personas. Está bien amonestar y reprochar a los nocivos, sí. Pero empecemos también a mover la sopa de las buenas nuevas. Que de olvidarla se nos reseca el fondo. No es ñoñería.

Cuántas veces no hemos dicho en medio de algún recuerdo: "ojalá haberle dicho a mi padre que le quería". Y pasó el tiempo. A veces ni siquiera se trata de un recuerdo, sino que estamos frente a la buena gente, cara a cara, y olvidamos que lo son y que nos procuran buenos sentimientos. En suma, siempre estamos dispuestos para la queja, pocas para el elogio. Y resulta más gratificante.

Por eso es tan curioso y llamativo que nos cueste aplaudir más allá del cumplido. ¿Qué se puede hacer ante eso, cuando la tendencia actual es que nadie reconozca el éxito ajeno? Lo vemos ante grandes actores, investigadores y escritores que son premiados fuera. Hay algo latente y no me huele bien. Para una cosa gratis que tenemos y no la usamos. Elogiar no es votar, que sólo podemos hacerlo a un partido.

En el elogio cabe el prorrateo, la división los lotes y las rondas. Podemos invitar, incluso. Leñe. ¡Abraza, besa, aplaude, encomia y celebra! Y no protestes cuando la comida está salada, alaba cuando cada día está sabrosa. Puede que parezca una anécdota, pero recuerdo cuando Roberto se plantaba en la Feria del Libro con su chica y la novela por firmar. Incluso cuando era reportero y me decía blablás con acento marcado. Sus maneras son de tío simpático, de vecino amable, de colega al que le prestarías la casa y el perro. Gente. Esa gente me gusta.

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