JESSICA GÓMEZ. BLOGUERA
OPINIÓN

Relatos desde mi toalla. Querida señora de la hamaca de rayas

Las manos de una anciana se agarran a un andador.
Las manos de una anciana se agarran a un andador.
GETTY IMAGES / SANJAGRUJIC
Las manos de una anciana se agarran a un andador.

Soy la mujer de la toalla de al lado. La que ha venido con un niño y una niña. ¿Sabe? Llevo todo el verano fijándome en usted.

Aquí, donde todo el mundo va y viene, corriendo y saltando, sin pararse, casi nunca, a mirar al de al lado; donde las personas nos convertimos en manchas de colores sobre las olas y el prado, usted es la mirada tranquila que nos contempla a todos desde un lugar privilegiado. No desde su hamaca, no: desde sus años. Desde la sabiduría que sólo una vida entera puede llegar a tejer.

Sé que nos ha visto, porque la he visto mirarnos. La vi mirar con ternura a mi hijo cuando rescató a un escarabajo. La vi mirar con curiosidad al niño que no estaba jugando, y con pena a la chica del bañador aquel. Un día que hizo bastante frío, no pude no ver su sitio vacío y, aunque le parezca extraño, la añoré. Supongo que porque llevo todo el verano imaginándonos a ambas observando mano a mano, y preguntándome cómo será la playa vista a través de sus años. A través de sus arrugas y las manchas de su piel.

La miro ahí, en su humilde trono de madera y rayas, y me pregunto qué batallas han quedado en su camino. Cuántas habrá ganado. Cuántas más habrá perdido. En cuántas, con la vida, habrá quedado a pre.

Me pregunto qué cosas les enseñará a sus nietos. Si les cuenta historias, si les cuenta cuentos. Si habrán liberado juntos a un unicornio alguna vez.

Me pregunto si le gustan las pastas de la guinda, si alguna vez ha pasado hambre. Y me respondo a mí misma que probablemente así fue. Porque, ciertamente, no es el suyo un gran trono para dar postura, o para dar reposo, a la reina que se adivina sobre él.

Me pregunto si aún estará casada, o si él ya habrá partido. Si tuvo algún amor que no fuera su marido. Si realmente lo amaba, si quizás amó a otro hombre. O si puede que, en secreto, amara a otra mujer.

Me pregunto si se ha bañado desnuda en un atardecer, en un río, bajo la lluvia, antes de ser lo que los demás esperaban de usted. ¿Lo ha sido? ¿Ha sido quien los demás querían? ¿O ha sido quien usted quería ser? Porque la veo tan sabia, tan grande y tan lejana, que me pregunto si no querría ser nómada en el bosque, y no la reina del castillo que quizá le ha tocado ser. Qué injusto es que vivamos esclavos del tiempo en que nos toca nacer…

Me pregunto, desde su trono, mi reina, ¿el mundo cómo se ve?

Desde mi toalla, se ve bonito. Al fin y al cabo, cada uno ve las cosas con su propio cristal, y yo lo hago con el mío. Creo que es de colores, y que aún lo conservo limpio. Aunque confieso que me preocupa cuidar del cristal de mis hijos, porque es tan bella la vida, y tan frágil la belleza, que a veces me da miedo pensar que se pueda romper.

Pero en fin… De ser feliz, trata la vida. De amar mucho, ser una misma, ganar a veces y si no aprender. Voy usando los recuerdos para trazar el recorrido, y en cada cruce de destinos sólo intento elegir bien. Y, mientras haya un camino, ¡qué coño!, caminemos pues.

Pensándolo bien, ¿sabe qué? Que no hace falta que me conteste. No me cuente aún el final. No quiero saber cómo es. Porque si es la vida generosa y me regala tantos años como usted ha de tener… Me imagino a mí misma en mi trono de madera y rayas, con mi cetro de los años, regente sobre la playa. Y, como ve usted el mundo, mi reina, algún día, yo también lo podré ver.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento