IRENE LOZANO. ESCRITORA
OPINIÓN

¿Me dejáis jugar?

Periodista, escritora y política.
Periodista, escritora y política.
JORGE PARÍS
Periodista, escritora y política.

Un buque chino acaba de inaugurar el nuevo Canal de Panamá. Sé exactamente cómo se sienten los ingenieros al concluir su impresionante obra: como yo cuando jugaba. Nos arrodillábamos en una zona de la playa que estuviera mojada pero donde no llegaran las olas, y allí empezábamos a construir: podía ser un castillo, pero si no había cubo, lo mejor era la montaña con túneles. Poníamos una gran montón de arena mojada, lo endurecíamos a palmetazos, y luego empezábamos a excavar con las manos las cuatro entradas. Había que proceder con mucho cuidado, porque la montaña podía colapsar, pero al mismo tiempo había que cavar sin miedo para horadarla. El momento más emocionante llegaba cuando tus dedillos arañados, con restos de chinas y de conchas en las uñas, tocaban los dedos del que escarbaba por el otro lado. Seguías un poco más y la magna obra culminaba, haciéndonos sentir mejor que un auténtico ingeniero. Era cuando uno se preocupaba de las cosas importantes de la vida: que te devolvieran un Click, que no te dieran en el balón-prisionero... Era cuando resolvíamos problemas mejor que un ejecutivo, cuando improvisábamos como un músico de jazz, cuando creábamos un traje de novia para la Barbie con una servilleta de papel... Podíamos estar horas mirando qué hacían las hormigas para evitar atascos en sus idas y venidas al hormiguero... Hasta que los mayores decían: "Hala, nos vamos".

La pregunta más importante de nuestra vida era: "¿Me dejáis jugar?"

Ahora los niños nos urgen con esa pregunta a los adultos. Y cada vez más les respondemos "no".

Numerosos estudios alertan de que el tiempo de juego de los pequeños se está reduciendo cada vez más. En algunos colegios, la obsesión académica llega al punto de aprovechar el recreo para seguir estudiando. Es un error. Hay padres que, para que sus hijas hagan un día el canal de Panamá, las quitan de hacer castillos en la arena de la playa. Los niños no son adultos en miniatura, sino que necesitan el juego para su desarrollo físico y emocional. La creatividad, la sociabilidad, el conocimiento del mundo, la identidad, la colaboración, la imaginación... Todas las cosas importantes de la vida se aprenden jugando. Uno de los pioneros en el estudio de los beneficios del juego, Stuart Brown, llegó a ello indagando qué lleva a la gente a la violencia patológica. Descubrió un rasgo común en todos los sujetos de su estudio: carecían de la experiencia de haber jugado y de recuerdos asociados al juego. Sencillamente, era algo que no había existido en sus vidas. La empatía se aprende jugando. También. Así que dejémosles jugar. Lo más útil para ellos es hacer cosas inútiles.

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