Decía Neruda que "la mariposa volotea y arde con el sol, a veces". Con el sol no sé, pero con el cambio climático, contaminación, pesticidas y abandono de las prácticas agroganaderas tradicionales, va de cráneo. Al menos un 10% de las cerca de 4.300 especies de mariposas que hay en España están amenazadas. El dato nos sorprende porque no tenemos ni idea de ellas. Sabemos de osos, águilas y linces, pero de mariposas poco o nada. Y eso que son bellas y fáciles de observar en prácticamente cualquier sitio, incluidas nuestras hormigonadas ciudades.

Algunas son increíbles. Por ejemplo, la mariposa hormiguera oscura, tesoro oculto de unos pocos valles montañosos de Castilla y León. No es especialmente vistosa. Pequeña y parda, se distingue por los seis puntitos negros que adornan sus alas. Vive exclusivamente en pastizales húmedos o turberas donde crece una sencilla planta vital para ella y hay unas hormigas igualmente muy particulares. Los adultos nacen en verano y apenas tienen una semana de vida para buscar pareja y poner los huevos en una pimpinela por nombre sanguisorba mayor. Sólo en ella nacen las orugas, pues es donde podrán alimentarse durante las siguientes tres semanas. Transcurrido ese tiempo no harán como la mayoría, convertirse en crisálidas y después en adultos. Éstas se suicidan, o casi. Se tiran al suelo esperando que por la zona aparezca una hormiguita del género Myrmica para la que se han perfumado especialmente; con feromonas que las camuflan con el olor de sus crías. Gracias a tan peculiar fragancia, en lugar de ser devoradas piensan que son hijas descarriadas y se las llevan al hormiguero. Meten el monstruo en casa. Al olor de la carne (es un decir), las orugas abandonan el veganismo y se transforman en voraces asesinas que a partir de ese momento y durante nueve largos meses se alimentarán de sus hermanas adoptivas, las larvas y huevos de las incautas hospedadoras. Llegado el mes de junio, se harán por fin crisálidas y un mes más tarde saldrán de lo más profundo del hormiguero convertidas en mariposas que, se repite el ciclo, tan sólo tendrán una semana de vida para perpetuar su especie.

Parece imposible superar esta asombrosa historia natural, pero otra sencilla mariposa ibérica lo logra. Es la vanesa de los cardos. La has visto mil veces. Naranjita, pintada de negro y blanco. Pues resulta que es uno de los insectos más viajeros que se conocen, capaz de recorrer hasta 13.000 kilómetros en algunas de sus migraciones. Aunque tiene un problema: apenas vive un mes. Así que el viaje lo deben heredar sus hijos y a estos sus nietos, hasta implicar en un año a seis generaciones entre ir y venir. El periplo comienza en países como Ghana o Senegal, desde donde salen hacia el norte la primera generación. Atraviesan el desierto del Sáhara y llegan al norte de África, depositan sus huevos y mueren. Las crías nacen con el instinto viajero heredado y cruzan el estrecho de Gibraltar camino del sur y centro de Europa, donde depositan sus huevos y mueren. La tercera generación todavía querrá seguir más hacia el norte, casi hasta el Ártico, conquistando países como Noruega o Islandia. Ponen sus huevos y mueren, pero esta vez sus crías nacen sabiendo que les toca deshacer el camino andado por padres y abuelos, repitiendo los mismos pasos hacia el sur, de tal manera que sus nietos acabarán regresando a la primigenia sabana tropical africana. Delicados insectos, son capaces de detectar el norte magnético, tienen un barómetro interno con el que perciben temperatura y presión atmosférica, seleccionan las corrientes de aire adecuadas y pueden orientarse por el sol. Cabalgando en los vientos a más de 500 metros de altura, son capaces de cruzar océanos y desiertos a velocidad de crucero.

¿No son asombrosas las mariposas? Por no hablar de esa capacidad prodigiosa de anunciarnos el amor cuando revolotean alocadas en nuestros estómagos.