CARMELO ENCINAS. DIRECTOR DE OPINIÓN
OPINIÓN

El oeste americano

Carmelo Encinas, colaborador de 20minutos.
Carmelo Encinas, colaborador de 20minutos.
JORGE PARÍS
Carmelo Encinas, colaborador de 20minutos.

Mi relación con las armas se remonta a la infancia. Vivía encima de uno de esos cines de barrio cuya sesión doble incluía casi siempre una película de vaqueros. No las veía todas, pero sí las oía. Entonces no se cuidaba como ahora lo de los decibelios, y yo me dormía cada noche tiro va y tiro viene con el ruido que se colaba por el patio. Quiero creer que de aquella experiencia infantil procede el efecto somnífero que me provocan esas pelis del oeste que las televisiones compran al peso para cubrir la hora de la siesta.

El cine era entonces nuestra ventana al mundo y aquel universo estaba compuesto de rifles, pistolas y pistoleros a cada cual más rápido y preciso disparando su arma. Personajes como Jesse James, Buffalo Bill, Toro Sentado o el general Custer eran como de la familia, familiaridad que se extendía a las armas que portaban. Aquellos personajes hablaban con mayor orgullo de su Colt, su Remington o su Winchester que de sus propios hijos. Esos tipos sin un revólver al cinto carecían de sentido, no eran nadie.

Lo realmente tremendo es que ha pasado casi siglo y medio de aquellos episodios del oeste americano que la industria cinematográfica convirtió en leyenda y los Estados Unidos aún no han superado su obsesión por las armas de fuego. Los sociólogos lo atribuyen a la cultura de frontera que marcó la América profunda en sus enfrentamientos con los indios y el bandidaje y que su Constitución grabó en esa segunda enmienda que permite comprar un fusil de asalto como el que adquiere una lata de sardinas en el supermercado.

Las manifestaciones masivas convocadas días atrás por los estudiantes en todo el país, y que tuvieron como epicentro la multitudinaria protesta celebrada en Washington, constituyen un serio aldabonazo contra la violencia armada y los tiroteos masivos en las escuelas norteamericanas. La protesta pretende que sus vidas sean la prioridad, y no el negocio de las armas que, con tanta persistencia, defiende el presidente Donald Trump.

La gran paradoja es que el apego a las armas del mandatario norteamericano y su connivencia con la siniestra Asociación Nacional del Rifle lleva camino de arruinar a la industria armamentista nacional. Las llamadas ‘ventas del pánico’, que incentivaron el negocio en la era Obama por temor a que fueran prohibidas, se han venido abajo con Trump, y los fabricantes están al borde de la quiebra.

El caso más evidente es el de Remington, autora del AR-15, el rifle que utilizó el asesino de 20 niños y 6 profesores en una escuela de Connecticut. Su deuda de casi mil millones de dólares la ha conducido a presentar una declaración de bancarrota. Es decir, que con su defensa de las armas el presidente Trump puede que, sin quererlo, acabe con quienes las fabrican y le salga el tiro por la culata. Sería una buena noticia. Hay quien no los distingue, pero aquellos disparos que yo oía en el cine de mi barrio eran solo ficción, mientras que los que suenan en los colegios norteamericanos matan de verdad.

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