Lo decía Esteban González Pons, dirigente del Partido Popular, cuando por su escaño y condición vivía entre Madrid y Valencia, antes de que Rajoy lo guardara en la nevera del parlamento europeo: "Cuando sales de la M-30, las cosas se ven de otra manera".

Es verdad. Quienes analizan la política en la almendra de la capital, circunvalados por esa carretera que Gallardón rebautizó sin éxito como Calle 30, la viven como una sopa de nombres y siglas a la que dan vueltas sin parar en la dirección que dictan sus convicciones, sus intereses o su intuición, pero siempre con respuesta para todo y siempre dispuestos a decir la última palabra, como si tuviesen razón. Fuera de la M30 la pelea por el poder la viven con menos intensidad pero son más espontáneos en las dudas, prudentes en las respuestas y directos en las preguntas:

-¿Van devolver el sueldo estos tíos, después el espectáculo que han dado en estos meses?

-¿De dónde sacan eso de que Susana Díaz está deseando ir a Madrid? De Despeñaperros para arriba no se come un torrao y... ella lo sabe.

-¿Sánchez es de izquierdas? Como se le ocurra pactar con el PP, le mando en un sobre el carné del partido y el acta de concejal.

-¿Es que no se da cuenta Rajoy de que se le ha pasado el arroz y nos va a dejar el partido hecho unos zorros?

-¿No fueron capaces de cerrar pactos de gobierno en cuatro meses y ahora cierran pactos electorales en cuatro días?

-¿La nueva política es consultar a las bases y luego hacer lo que te dé le gana?

Por toda España te encuentras gente perpleja que confiesa con naturalidad su perplejidad. Todo empezó con una crisis financiera que generó una crisis económica, una gravísima crisis social, varias crisis políticas y un serio conato de crisis territorial que algunos, con sus guerras de banderas, parecen interesados en avivar.

Todas esas crisis han puesto de relieve una severa crisis de liderazgo, a la que ya vamos poniendo remedio: con escasas excepciones, como la de Rajoy, no queda un dirigente político en su sitio. En un tiempo record hemos cambiado de rey, de secretarios generales, de presidentes autonómicos, de alcaldes, de parlamentarios... En esta efímera legislatura la mayor parte de las caras del Congreso eran nuevas y casi la mitad representaban políticas que hasta hoy nunca habían pasado de grupos minoritarios o del mixto.

Igual era demasiado pedir que con unos líderes que están verdes y otros que están calcinados saliera un nuevo gobierno. Igual es injusto criticar como incompetencia lo que es simple impotencia y llamar fracaso a lo que tan solo fue primer intento. Igual esas críticas genéricas olvidan lo sustancial: que fuimos los ciudadanos quienes diseñamos en las urnas un parlamento imposible. Después de todo -cabe decir, en defensa del juego democrático- no tenemos lo que merecemos: tenemos lo que somos; los periodistas que somos, los ingenieros que somos, los políticos que somos.

Pero no se te ocurra hacer un razonamiento de ese tipo fuera de la M30, porque enseguida te pondrán en tu sitio:

-De eso nada. Nosotros somos buenos y merecemos lo mejor. Yo llevo toda mi vida trabajando en la Sanidad Publica rodeado de gente cojonuda y haciendo un trabajo excelente. Tú llevas toda la vida de periodista, escribes sin faltas de ortografía y das a ganar dinero a tus empresas, que por eso no te echan. Este país está lleno de gente eficaz. Los que están fallando son ellos, los que no se están ganando el sueldo son ellos y a quienes tenemos que pedir cuentas es a ellos. Y si no saben hacer su trabajo, que ellos mismos han convertido en profesión, que se vayan y se pongan otros.

Viendo el reparto de culpas, que no cesa, viendo cómo se atrincheran en el aparato, en el tacticismo o en el error y como todos siguen volando puentes a pesar de que todos han perdido la batalla, parece evidente: merecemos algo mejor.

Las posibilidades de que lo consigamos el 26 de junio son las que son.