En los últimos meses he escuchado cientos de veces la misma pregunta:

–¿Qué va a pasar?

Siempre he contestado a la gallega:

–¿Tú qué quieres que pase?

Escuchando las respuestas he llegado a una conclusión: de las elecciones del domingo nadie va a salir contento. De hecho, no conozco a nadie que vaya a votar con entusiasmo, aunque pocos lo han dicho en voz alta como lo dijo Cayo Lara en vísperas de la campaña electoral.

-¡Me están dando por el saco hasta los míos! - exclama un amigo madrileño, residente en Cantabria, que ya empieza a tener serias dudas sobre quiénes son los suyos.

En estas elecciones generales, las segundas del año, ni siquiera produce especial entusiasmo la posibilidad de hacer morder el polvo al contrario, que es una de las mayores satisfacciones que puede tener un demócrata porque lo que distingue a una democracia de una dictadura es precisamente eso: a los dictadores no hay manera de echarlos y a los dirigentes democráticos los puedes echar. No siempre lo conseguimos, claro, a veces ni lo intentamos, pero desde que en 1982 los electores borraron del mapa a la UCD y el PCE, partidos esenciales en la transición, hemos echado a unos cuantos.

¿Y qué puede pasar el domingo? En términos matemáticos hay varias docenas de posibilidades que en términos políticos se quedan en una docena:

Que siga gobernando el PP, solo o en compañía de otros, con Rajoy como presidente.

Que siga gobernando el PP, solo o en compañía de otros, con un presidente diferente a Rajoy. (Esta opción, como la anterior, exigiría el apoyo parlamentario activo, o la abstención, de Ciudadanos o del PSOE)

Que al PSOE le asalte, de repente, la necesidad de cerrar una gran coalición con el PP.

Que el PSOE saque más votos que Unidos Podemos, Sánchez vuelva a intentar formar gobierno y se convierta en presidente con el apoyo de Ciudadanos, con el de Unidos Podemos o vaya usted a saber.

Que Unidos Podemos saque más votos que el PSOE y Pablo Iglesias encabece un gobierno de coalición con el apoyo de Pedro Sánchez, cosa harto improbable porque a Sanchez, si es sorpasado por Iglesias, se lo van a comer los suyos con patatas esa misma noche.

Que las cosas sigan como estaban tras las elecciones del 20D, más o menos, pero uno de los partidos pierda los suficientes escaños como para quedar fuera de juego, simplificando las combinaciones a los demás.

Que a Sánchez le suene la gaita y sus votos, sean muchos o pocos, le permitan presidir un gobierno de coalición.

Que a quien le suene la gaita sea a Albert Rivera.

Que Unidos Podemos no solo consiga el sorpaso sino un triunfo electoral lo suficientemente holgado como para gobernar.

Que sea el PP, el PSOE o Ciudadanos, quien obtenga votos suficientes para gobernar en solitario.

Que a uno de ellos se le ocurra proponer un gobierno de coalición, como los que proponía Santiago Carrillo en los años setenta, y los demás se lo tomen en serio.

Que el PP haga algo que no hizo en las anteriores elecciones, a pesar de ser la lista más votada y, por tanto, quien más cartas podía jugar: ofrecer algo sustancioso alos demás para conseguir su apoyo.

Hay muchas, muchísimas posibilidades más, incluida la de que se repitan otra vez las elecciones. Por mucho que Pedro Sanchez diga «les aseguro que no se repetirán» esa posibilidad siempre está ahí, después de la muestra de incapacidad que dieron todos en el anterior envite.

Pero la solución de los problemas políticos no está en las matemáticas. Los estadistas no pasan a la historia por saber sumar sus votos con los de otros: pasan a la historia por tener ideas geniales, muestras de talento excepcionales y hacer propuestas tan imaginativas, tan creativas y tan parecidas a lo que la gente está esperando de ellos que... ni siquiera sus más aguerridos contranticantes puedan decirles que no.

De eso, en la actual etapa política hemos visto poco.

¿Lo veremos en la próxima? La semana que viene, si dios quiere.