CARLOS SANTOS. PERIODISTA
OPINIÓN

Crónicas del temple y la pachorra

Carlos Santos, colaborador de 20minutos.
Carlos Santos, colaborador de 20minutos.
JORGE PARÍS
Carlos Santos, colaborador de 20minutos.

Unos lo llamarán temple y otros pachorra, unos flema y otros cachaza, posma o cuajo. Lo mismo da. Son actitudes patrias relacionadas con el verbo procrastinar que, aunque se utilice poco, se entiende a la primera: dejar para mañana lo que se puede hacer hoy. Nuestros políticos llevan nueve meses procrastinando con un entusiasmo manifiestamente incompatible con sus continuas llamadas al buen sentido y la estabilidad. Hay que tener mucho cuajo -si usted quiere, mucho temple- para empezar una rueda de prensa diciendo "urge formar gobierno", culminarla con un "ya veremos" y marcharse luego de puente aplazando cualquier decisión para la reunión que una semana más tarde celebrará la dirección del partido. Hay que tener mucha cachaza –mucha flema, si usted quiere- para decir, al cabo de esa semana, que en la reunión "nadie ha dicho una palabra" de ese asunto y que "podemos aceptar muchas cosas... o no", segunda edición de un "ya veremos" que para siempre quedará sellado a la crónica de este mes y a mí me recuerda a mi tío Ricardo, gallego de Valdeorras, cuando intentaba escurrir el bulto:

-Por un lado xa sabes e por outro xa entendes.

Al magnífico espectáculo asisten estupefactos los habitantes de un país empobrecido por la crisis y por la incompetencia de sus gestores donde no se ha aprobado ninguna ley desde el 20 de octubre de 2015, el parlamento vive en permanentes vacaciones, a pesar de que sus ocupantes siguen cobrando abnegadamente el sueldo, y el distanciamiento entre los ciudadanos y sus políticos empieza a estar en zonas de máximo riesgo. Esos ciudadanos están esperando desde el 20 de diciembre de 2015, cuando tuvieron primera noticia de la fragmentación del mapa político, que sus flemáticos representantes electos se encierren en un Parador Nacional y no salgan hasta resolver el sudoku. Produce extraordinario asombro que al cabo de diez meses de parálisis, y cuando han pasado dos desde las segundas elecciones generales, los ímprobos esfuerzos realizados puedan desembocar en nuevas elecciones el día de Navidad, ocurrencia cronológica de la que ya están responsabilizando al prójimo, con el incomparable estilo dialéctico del estadista García Albiol:

-A ver si Sánchez tiene narices de enviar a 36 millones de españoles a votar el día de Navidad.

Dicen los tertulianos más entendidos que cuando Rajoy lleva a sus máximos extremos su famoso temple y su particular sentido de la medida "lo que quiere es ganar tiempo" pero cualquier aficionado al fútbol, como él, lo primero que pensará es lo contrario: que quiere perderlo. ¿Con qué fin? ¿Afianzarse como tabla de salvación en medio del caos? ¿Llegar mejor colocado a las terceras elecciones? ¿Conseguir que antes de la investidura el PSOE le dé un cheque en blanco, como el que le ha dado Rivera y ha recibido con tan limitado aprecio? Pues mire usted, no lo sé, y quienes creen que lo saben, tampoco; basta ver las interpretaciones tan contradictorias que hemos leído y escuchado en estos días.

El señalamiento a regañadientes de una fecha para la investidura tan solo sirve para despejar una duda burocrática y amortiguar levemente el asombro de unos ciudadanos que están cansados de ver a sus políticos "bailar el rigodón" –afortunada expresión acuñada por el propio Rajoy, cuando eran otros los encargados de abrir el baile – y hartos de interpretar declaraciones y adivinar intenciones cuando lo que quieren es enjuiciar hechos, de una vez por todas. Hasta ahora, los hechos probados son los que son: Ciudadanos ha ofrecido su apoyo al PP con media docena de condiciones muy fáciles de asumir y el PP, tras dar largas durante más de una semana, ha aceptado el envite con desgana, mientras Pedro Sánchez hace lo que haría Rajoy en su lugar (mirarse las cartas sin prisas y que los demás vayan enseñando las suyas) y Pablo Iglesias sigue desaparecido en combate, o casi. Y un hecho más: los grupos llamados "periféricos", que durante décadas daban y quitaban las mayorías, hoy están viendo el partido desde la grada sin que nadie "en Madrid" haga el menor esfuerzo por recomponer los puentes que ellos dinamitan. Ahí reside, por cierto, el mayor riesgo que conlleva el proyecto a tres bandas -PP, Cs y PSOE- con el que sueña Rajoy: que se alce un muro donde son necesarios los puentes. Si a los desgarros causados por la crisis sumamos la ruptura irreversible con quienes tienen un concepto distinto de España, estamos apañados.

Mientras tanto, usted y yo, aquí andamos. Abrumados por tanto temple, que más parece pachorra, aburridos por tanta palabra en vano, que ya no nos creemos, y con una creciente convicción: de este partido solo nos interesa el resultado.

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