JOSE ÁNGEL GONZÁLEZ. PERIODISTA
OPINIÓN

Caracas matadero

José Ángel González, escritor y periodista.
José Ángel González, escritor y periodista.
JORGE PARÍS
José Ángel González, escritor y periodista.

Viví en Caracas lo suficiente para tener derecho a lamentar ahora la macabra y monumental irrealidad de la condición recién adquirida de la ciudad como la más mortífera del planeta: en julio, 535 asesinados, 17 al día. En los primeros diez días de agosto, 69. La tasa anual es de 120 crímenes mortales por cada 100.000 habitantes. En Madrid, cuyo término municipal tiene una población censada muy similar a la capital de Venezuela, en 2015 murieron por violencia homicida 31 personas. En el año más sangriento de la historia, 2003, los muertos en la ciudad española fueron 100. En el degolladero caraqueño están mandando a la tumba a esa cantidad de seres humanos en menos de una semana.

Cuando habité Caracas, entre los casi cinco y los 17 años, era necesaria la prevención, como en todo lugar donde la riqueza sea grosera, la sociedad esté construida mediante el despotismo y tenga profundidad abisal la brecha entre los muy ricos y los muy pobres. Pese a la cautela que recomendaban los mayores, las calles eran mi terreno de aventuras y, excepto no merodear por algunos barrios temibles —eso al menos nos decían—, hice lo que deben hacer todos los niños, al menos los de clase media como era mi caso —la miseria no tiene derecho a la niñez: desde que caminas debes buscarte donde hincar el diente—: gamberrear con inocencia, soñar, hacer más divertida la vida real... Nunca dejé de ver a mis amigos en las aulas donde dictan las más provechosas lecciones de humanidad: el pavimento de los callejones y los baldíos polvorientos.

Héroes de Scorsese

Mantengo el recuerdo de algunos momentos en los que atisbé la cercanía de la fatalidad. Un hombre armado con un cuchillo aguardando en el pasillo del edificio que debíamos transitar mis padres y yo: lo redujeron tres muchachos italianos todo brillantina y coraggio, que habían sospechado del tipo mientras jugaban en el billar de abajo —escenario de fidelidades que luego reviví y añoré en cada película de Scorsese— . Un chico de mi edad, mulato y áspero, me robó en mi segunda cita con el malaje caraqueño un guante de béisbol acercando a mi cuello el cristal roto de una botella. A mi padre, mucho más tarde, lo secuestraron para robarle la recaudación diaria de la gasolinera cuando caminaba hacia el banco a depositar el dinero: solo le pegaron un culatazo de pistola en la cabeza antes de abandonarlo, sangrando pero vivo, entre matas de plataneros.

Mis rozaduras con el peligro, como pueden ver, fueron cuentos de Andersen frente a la ciudad terminal de hoy. En las cuentas de Twitter de algunos periodistas que se dedican al recuento de balaceras, secuestros superexprés —exigen un rescate moderado pero, si no se paga en cuestión de dos horas, la respuesta es el cadáver en una cuneta: la última estimación los cuantifica en 17.000 casos al año—, robos y otras formas de violencia que culminan con restos humanos sin vida en esas posiciones de personajes cubistas que adoptan los cadáveres en su ballet final.

Unas pocas horas

La lectura de unas pocas horas de una misma jornada puede ser de este cariz. Los datos son reales:

  • Taxista asesinado en la Av. Libertador con Av. Principal del Bosque fue identificado como Alberto Nilson Cepeda.
  • Sargento primero José Graterol Romero de la GN [Guardia Nacional] fue asesinado junto a Joel Piñango Romero (31) en centro de Santa Lucía.
  • Lo asesinaron por reclamarle a un vecino el robo de dos pavos.
  • Van 87 policías y militares víctimas de homicidios en #Caracas, #Miranda y #Vargas [las tres grandes zonas del área metropolitana] este año.
  • Poli Caracas fue asesinado y su esposa, también policía, fue herida. Delincuentes robaron arma y moto.
  • Abatido en San Antonio de El Valle alias El Satanás, uno de los posibles nuevos líderes del sector, banda rival lo mató.
  • Asesinan a escolta del presidente de Instituto de Seguridad Ciudadana de Caracas.
  • Una mujer tuvo que hacerse la muerta para sobrevivir luego que mataron a su esposo en un robo.
  • Con granada y escopeta robaron a dos muchachos que estaban afuera de una fiesta.
  • Delincuentes que no querían hacer cola mataron a vigilante.
  • Joven con discapacidad fue ultimado en una parada de transporte público.

Los textos son de las cuentas de Twitter de dos jóvenes periodistas, Roman Camacho [@RcamachoVzla] y Dárvinson Rojas [@DarvinsonRojas]. Se dedican a los sucesos, han cuajado una red de informantes sólida —incluso con fuentes policiales que hablan off the record— y hacen frente trabajando al cerrojazo de la República Bolivariana de Venezuela —así se llama el país desde  la explosión de la fiebre patriotera en torno a la figura de un libertador burguesito que jugaba al tenis con la familia real española antes de entender que la independencia y el nacionalismo eran mejor negocio—, que prohibe la difusión de datos sobre cualquier forma de crimen. La mordaza fue establecida en 2005 por el iluminado Hugo Chávez, el hombre que hablaba con Bolívar en visiones extáticas de corte casi mariano.

En los once años de vigencia del fuera violencia de la realidad que nos la ensucian han sido asesinadas entre 20.000 y 40.000 personas en la ciudad. Los últimos datos contrastados por organizacionales internacionales, informadores independientes y entidades no gubernamentales son ascendentes: 5.059 víctimas en 2014, 5.265 al año siguiente y 2.827 en el primer semestre de 2016.

Otras 11 ciudades entre las 50 más peligrosas

Si extendemos el conteo de cadáveres a todo el país, del cual otras once ciudades están entre las cincuenta más peligrosas del mundo, la situación es bélica: una persona muere asesinada en Venezuela cada media hora, con una prevalencia similar a la de algunos momentos de la guerra de Iraq. En las 33 cárceles del estado hay unos 50.000 internos. Las prisiones, como se ha visto en varios documentales recientes, están dominadas por clanes, tienen servicios de prostitutas, organizan fiestas y algunos capos dirigen el negocio desde celdas con conexión de banda ancha a Internet, teléfonos móviles y otros servicios de apartahotel. La respuesta social es tan desesperada e irracional como el problema: se registran al mes veinte linchamientos de “antisociales”, algunos quemados vivos, y el 65% de la población aprueba los ajusticiamientos.

La sordidez que arrastra al hambre —el sueldo mensual de un catedrático universitario se agota si consume tres cervezas— y la quiebra —la inflación en alimentos subió más de un 250% en un año— se produce en un país bendecido por el llamado Arco del Orinoco, una especie de cornucopia minera que almacena más riqueza primaria que toda la UE: la mayor reserva probada de petroleo del mundo —casi 300.000 millones de barriles—, la segunda de oro —400 toneladas—, la segunda de gas natural —5.500 millones de metros cúbicos—, la sexta de diamantes —11,8 millones de quilates— y depósitos confirmados pero no medidos de coltán.

Una reja en torno a la morgue

En mi tardoadolescencia el aumento de los robos en viviendas consagró la medida preventiva de colocar antepuertas de hierro forjado en todas las casas y apartamentos. Hace una semana el Gobierno ha levantado una reja, culminada con alambre de espino, en torno a la morgue de Bello Monte, la única de Caracas, muy cercana a mi antigua casa. El objetivo es el de toda valla: proteger lo indecible, ocultar lo que no debe ser revelado. Los sionistas levantan muros para construir campos de concentración racial; los estadounidenses, para que la opinión pública no se fije en que es más peligroso lo que sale hacia México sobre el asfalto —armas de asalto, misiles, morteros...— que lo que entra en los EE UU sin visado —personas hambrientas y opiáceos  para curar el alma de los gringos tristes—; los españoles, para que los subsaharianos sigan varados en Marruecos y no vendan en territorio nacional copias pirata del último blockbuster...

El chavismo ha levantado su alambrada para que los periodistas no puedan acercarse a hablar con los familiares de los asesinados que esperan para identificar el cadáver, soportar los minutos ilimitados de la autopsia, organizar el entierro y sepultar a la víctima, casi siempre inocente, a tres metros bajo tierra bolivariana. La que se eleva ante la morgue caraqueña es una valla para que el llanto de la impotencia no sea grabado o retratado, para seguir escondiendo que la ciudad de pasmosa belleza y, pese al trópico, agradable clima casi mediterráneo extendida en una alta meseta bajo la protección de la selva húmeda del monte Ávila —en el que recuerdo excursiones escolares con avistamientos de perezosos, guacamayos y serpientes mapanare—, es ya solamente un matadero de gente.

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