Mi amigo vasco ha ligado con una joven rusa que vino a Nueva York para trabajar en un proyecto asombroso: pronto seremos capaces de caminar sobre las aguas. El único requisito, por ahora, es la imposibilidad de frenar. Si aminoras la marcha, te hundes.
Mientras tanto, en Londres, el científico Mel Greaves es nombrado caballero tras dar con las claves de la leucemia infantil y proseguir sin descanso hacia la composición de un elixir que pueda prevenirla.
Tendemos a recordar lo excepcional. Este momento del año evidencia que nuestra memoria es increíblemente selectiva, y mucho más fértil para la catástrofe y la fatalidad. Por eso hacer balance del 2018 es un arma de doble filo, puesto que suelen pasar desapercibidos los acontecimientos más ordinarios y los esfuerzos anónimos, que componen la materia de nuestros sueños e impulsan el progreso humano.
Quiero concentrarme en los deseos posibles y corrientes para 2019 (véase una sonrisa, o simplemente seguir viviendo). Aunque lo cierto es que no me conformo, que no puedo evitar proyectarme en una suerte de conciencia colectiva de expectativas elevadas. Después de todo, soñar es gratis.
No más crímenes machistas. No más política retrógrada. No más discriminación por motivos de raza, sexo o género. Lo pienso y parece imposible, casi como caminar sobre las aguas o dar con la cura del cáncer. Pero no. Porque ya hay quienes trabajan con tesón para lograrlo, y los precedentes son alentadores. El secreto, ya lo saben: no se detengan.
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