Hay un tipo de partido de fútbol que solo lo disfrutan quienes lo juegan. Pueden comprobarlo cada fin de semana y en casi cualquier lugar. Hace algunos años, les hubiera remitido a un campo de tierra, pero la hierba artificial le ha ido poniendo peluquín a esas esplendorosas calvas de polvo y arena, infernales la mayor parte de las veces, pero deliciosas con el punto justo de lluvia y frío. La mejora del paisaje no ha terminado con ese fútbol torturado que pone a prueba la resistencia de los espectadores, habitualmente novias de primer mes, amantísimos padres y ancianos melancólicos.

Ni siquiera el fútbol profesional está libre, de vez en cuando, de esas maniobras introspectivas con balón. El partido entre España y la República de Macedonia fue, durante muchos minutos, un buen ejemplo de lo anterior. Ni el sábado noche ni el bullicioso público granadino consiguieron levantar el choque, que fue derivando del balompié a la gimnasia sueca: dominio español, presión forastera y frustración permanente. Quienes esperaban un encuentro menos áspero olvidaron que los macedonios son eminentemente balcánicos, aunque los griegos discrepan en este punto y reclaman para sí el nombre de Macedonia. Como bien dijo Churchill, los Balcanes producen más historia de la que son capaces de consumir.

Morata fue protagonista por estrellarse sistemática y animosamente contra los defensas macedonios. Sus críticos tendrán otra opinión, pero la mía es que si peca de atolondramiento (y peca) es porque no se le toma suficientemente en serio. Debería dejarse barba, como Nacho, cuyo cambio físico ha coincidido con el reconocimiento general. El bigote, de herradura o de teniente coronel, también sería una buena solución para que Morata despidiera al adolescente del que todo el mundo recela.

Si hacemos balance del partido deberíamos presumir más del triunfo que de la goleada. No olvidemos que Velkoski tuvo la gentileza de abrir el marcador con un gol en propia puerta y que nuestros dos últimos tantos llegaron a partir del minuto 84. El de Aduriz sirvió para darle una justificación romántica a la noche: ya es el goleador más viejo de la selección española (35 años, nueve meses y un día). La arruga es bella.

Como tantas veces, lo oficioso será más atractivo que lo oficial. Cumplido el papeleo, España se medirá este martes a Inglaterra en Wembley, el imponente estadio (2007) que se levanta sobre el mítico coliseo (1923).

La primera vez que conseguimos vencer en la cuna del fútbol fue un día plenamente feliz. No sólo porque un mes antes hubiera nacido Aduriz, ni siquiera por la maldición conjurada con los goles de Satrústegui y Zamora (dos tipos de bigotes). Aquel 1 de marzo de 1981, Quini fue liberado de su secuestro después de 25 días de angustia. Hay tiempos pasados que están lejos de ser mejores.

De Trafalgar a nuestros días, el partido está plagado de alicientes. Sin galeones de por medio, el más glorioso nos retrotrae a 1950. Contra Inglaterra marcó Zarra el gol que nos colocó entre los cuatro mejores del Mundial de Brasil. Aquella tarde, no sólo hizo historia el delantero del Athletic, "la mejor cabeza de Europa después de Churchill". Henchido de orgullo patriótico, el presidente de la Federación, Muñoz Calero, mandó el siguiente mensaje a través del micrófono de Matías Prats: "¡Excelencia, hemos vencido a la pérfida Albión!". Ni qué decir tiene que la diplomacia británica no se tomó bien la licencia poética.

El Argentina-Colombia será el otro plato fuerte de la jornada de este martes, esta vez con fundamentales puntos en juego. Los argentinos vienen de perder contra Brasil (3-0) y de ser apaleados por la prensa de su país, con ración especial para Messi. Si Argentina está en guerra, Colombia está en paz, o muy cerca de lograrla. Al nuevo acuerdo entre el Gobierno y las FARC se suma el regreso de Falcao, que disputó 45 minutos contra Chile (0-0). Si la albiceleste no suma se complicarán dramáticamente sus opciones de clasificarse para el Mundial de Rusia.

Y que nadie se relaje porque la sesión internacional dará paso, a partir del miércoles, a la antesala del derbi madrileño. El Real Madrid afrontará en el Calderón la primera etapa de montaña en su paseo por los macizos del Continente: Atlético, Barcelona y Dortmund en 19 días.

El motor completó el fin de semana. En Cheste, Lorenzo se despidió de Yamaha con un triunfo y Rossi perdió otro jirón de encanto al apartar de malos modos a una aficionada. En Brasil, la lluvia nos sirvió la mejor carrera de Fórmula 1 de la temporada. Hay esperanza, por tanto. Para recuperar la emoción solo hace falta regar los circuitos, perseguir las borrascas y construir un trazado permanente en Santiago de Compostela.