El regalo estrella de esta Navidad han sido los estudios genéticos de ancestros. Por unos 100 euros envías una muestra de tu saliva a EE UU y en un mes recibes un informe sobre lo que el ADN revela de tus orígenes.
Tengo un amigo que presume de ser un purasangre canario, pero el famoso (y científicamente cuestionable) test le ha descubierto que es un 20% negro, un 30% vikingo, además de ibérico, italiano, celta, árabe, ucraniano y sí, también un poquito de bereber. Como curiosidad, un 56% de sus supuestos parientes serían propensos al vegetarianismo.
En realidad, estos estudios no te dicen quiénes fueron tus ancestros sino si te pareces a algunos de sus descendientes, pues comparan tu ADN con el de las muestras de contemporáneos de sus bases de datos.
Tienen el mérito de demostrar lo que algunos se niegan a aceptar, que somos miembros de una especie nómada que desde que hace 300.000 años salió de África no ha hecho otra cosa que mestizarse.
Sin embargo, también existe una genética cultural igualmente mestiza. Como sabiamente nos recordaba el escritor Eduardo Galeano, los científicos nos dicen que estamos hechos de átomos y cadenas de ADN, de carne y hueso, pero sobre todo estamos hechos de historias, de emociones, de errores, de amores y desamores, de esperanzas, de miedos, de rabias, de tristezas. Y de multitud de cachitos de familias y amigos.
Nuestra manera de ser, lo que somos, no nace con nosotros. Se va alimentando con la gente que más queremos, que nos modela a lo largo de la vida, troquelando, dando forma. Porque, volviendo a Galeano, somos hijos del tiempo. Cada día tiene una historia que contar y un amigo con quien compartir cachitos de amor.
Comentarios
Hemos bloqueado los comentarios de este contenido. Sólo se mostrarán los mensajes moderados hasta ahora, pero no se podrán redactar nuevos comentarios.
Consulta los casos en los que 20minutos.es restringirá la posibilidad de dejar comentarios