Llegó a Madrid en el año 2000 y vivió separada cuatro años de tres de ellos –el último nació aquí– hasta poderlos traer.

A Nancy no le resultó fácil entonces ni le resulta fácil ahora. Tuvo que superar varios obstáculos: la ilegalidad como inmigrante, los trabajos mal pagados, la discriminación y la nostalgia.

«En Madrid hay gente de todo tipo. Hubo personas que me trataron como si no fuese un ser humano. Pero también tuve la suerte de toparme con madrileños maravillosos, que me tendieron una mano. Nunca me voy a olvidar de lo que me ayudó la gente de Caritas y de Cruz Roja».

Cambio para mejor

Ahora trabaja en un supermercado. Sale de casa de madrugada y regresa al anochecer. Vive con sus cuatro hijos y su nueva pareja en un apartamento de 30 metros cuadrados.

Entre ambos apenas les llega para pagar el alquiler y los gastos de los niños, pero a pesar de todo se siente muy feliz con el camino que ha tomado.

«Mi hija mayor, que ya es adolescente, quiere ser arquitecta; el segundo, abogado; la tercera, doctora, y el pequeñito, que es madrileño, ya sueña con jugar en el Real Madrid». Por ellos, todo ha valido y vale la pena. No tendrán que pasar por lo que ella pasó.

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