Te recuerdo en la utopía de aquellos años. Transitabas por estas calles según el rumbo natural del talento. Es decir, lo escaso, lo dudosamente repetible, lo que se posee, lo que no se adquiere, lo que se impregna y queda y sobrevuela a la cantidad, al dato, lo que no envanece, lo que califica, lo que penetra y no se deja penetrar… Querido Jorge, tú, tan silencioso, ¿qué habrías hecho tú con este puñado de adjetivos? No quiero ni pensarlo, pero, disculpa, es lo único que me queda. Y tus cuadros. (El pintor Jorge Vidal falleció el sábado en Valladolid).
El nada leal destino, agazapado en esta ocasión en alguna confluencia arterial de esos pulmones tuyos, te la ha jugado, amigo. Y la luz, esa transparencia por la que tanto luchaste como un Rimbaud romántico e irónico sigue pendiente. Perdona que te lo diga. En fin. Pero no solo. Ahora, al ausentarte, te has hecho soluble en los amigos Félix, Manuel, Concha, Jorge, Fernando, Mery y Jo. Sobre todo, Jo. Eso consagra tu obra como patrimonio común de belleza que te salva y nos salva.
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