Los Drive-By Truckers más volcánicos imponen su ley en su paso por España

  • La banda de country-rock desborda energía en la madrileña Heineken.
  • Se sobrepuso al discreto sonido y disipó dudas con un intenso concierto.
  • The Whybirds salieron muy airosos teloneando a los estadounidenses.
Patterson Hood (izq.) y Mike Cooley, líderes de Drive-By Truckers, en la sala Heineken.
Patterson Hood (izq.) y Mike Cooley, líderes de Drive-By Truckers, en la sala Heineken.
Silvia Manzano
Patterson Hood (izq.) y Mike Cooley, líderes de Drive-By Truckers, en la sala Heineken.

El mundo de la música, además de innumerables satisfacciones y no pocos chascos, deja tras de sí, año tras año, un reguero de cuentas pendientes. Algunos fans especialmente entusiastas las rumian en su interior, las archivan mentalmente, mientras sueñan con el día de poder resarcirse, de poder quitarse esas incómodas espinas. Y este mes de noviembre un buen puñado de amantes del rock más clásico y atemporal han podido desahogarse con una de las giras que más se ha hecho rogar en los últimos tiempos. Drive-By Truckers, la banda más brillante, versátil y dotada para la emoción que se consolidó en Estados Unidos en la pasada década nos rendía una esperadísima visita a Barcelona (martes 23), Madrid (24) y Bilbao (25), por cortesía de Last Tour International. Y la madrileña sala Heineken fue escenario de una nueva demostración de poderío de la banda capitaneada por Patterson Hood y Mike Cooley.

Un cierto aire de desazón parecía envolver a esta formación a partir de su espléndido Dirty South, no obstante. Hasta ahí, hasta ese crucial 2004, la trayectoria de la banda no admitió pegas. Dos discos primerizos como Gangstabilly y Pizza Deliverance a finales de los 90's donde la máquina comenzaba a engrasarse prendieron la mecha, ofreciendo un irresistible cóctel de country, rock desbocado y volcánico al estilo de Neil Young y ramalazos punk muy reconfortantes. La inclinación temática de sus letras era clara: los aspectos más sórdidos y truculentos de la cultura sureña del país.

A continuación, y ya con el disco que les consagró, firmaron un admirable doble álbum conceptual llamado Southern Rock Opera donde afianzaron su sonido y su personalidad. Una sucesión de situaciones personales desagradables que experimentaron varios de sus componentes tiñeron de melancolía y de desesperación su posterior obra, Decoration Day, la cúspide compositiva de la banda y un conjunto de canciones que puede mirar de tú a tú a cualquier obra maestra del rock. Pocas veces unos músicos habían mostrado sus miserias y sus temores en un estudio de grabación con semejante gusto y compromiso, en semejante estado de gracia.

Fans desmarcados

Su posterior aportación, el mencionado Dirty South, rayó también a un gran nivel. Pero con A Blessing And A Curse, menos intenso, menos inspirado, algunos fans parecieron desmarcarse. La posterior salida de la banda de Jason Isbell, que había firmado alguno de los temás más hermosos del grupo, avivó el desánimo. Y las dos últimas entregas, Brighter Than Creation's Dark y The Big To-Do, pese a su indudable nivel, tampoco recuperaron la excitación perdida. Pues bien, Hood y Cooley demostraron que es un error perder la fe en esta banda, que pocos grupos hay ahora mismo sobre un escenario con el despliegue y el repertorio de Drive-By Truckers. Supervivientes a todo, a salidas de componentes, a baches anímicos, a coyunturas de mercado, a interesadas exposiciones mediáticas, a críticas, a desencantos, se han convertido en un clásico del rock, seguramente el último, pensarán los más escépticos.

The Whybirds se encargaron de telonear a los de Georgia con mucho estilo y empuje y, especialmente, con un interesante ramillete de canciones. Al igual que en Drive-By Truckers, las tareas vocalistas las reparten entre varios, lo que diversifica muy agradablemente su repertorio. Parecen tan dotados para la melodía cristalina como para las tormentas de decibelios, además. Banda a seguir la pista, sin duda.

A continuación, los protagonistas de la velada irrumpieron sobre el escenario para cuajar dos horas de rock directo al mentón. Marry Me abrió fuego, y de ahí al final, no hubo concesiones, no hubo tregua. Y no hubo dudas: como demostraron hace cinco años, son una banda de sala, no de festivales. De tinieblas y de humo, no de marabuntas desnortadas. En el repertorio elegido dominó la contundencia, la electricidad, casi obviando su faceta más acústica y delicada. La desbordante riqueza de matices y detalles que encierran sus álbumes no se pudo apreciar en toda su extensión, y delicias  más introspectivas como Sounds Better In The Song, My Sweet Annette o Daddy Needs A Drink se quedaron en el tintero, engrosando el reguero de cuentas pendientes. Pese a ello, Hood y Cooley manejaron con pulso firme la actuación, intensificando su actitud a medida que pasaban los minutos.

Trallazos certeros

Los trallazos más rockeros como Sink Hole, Where The Devil Don't Stay o Lookout Mountain resultaron certeros, apasionados. Otros, como The Birthday Boy, sonaron algo incompletos, insatisfactorios. La regulación del sonido no era la adecuada, conviene apuntar, casi todo se escuchaba demasiado grueso, demasiado saturado. Este lastre fue corrigiéndose poco a poco, por suerte, aunque quizá algo tarde, y Drag The Lake Charlie y la incendiaria Buttholeville, en la recta final, irrumpieron con más nitidez.

También queda la sensación de que un público algo más entusiasmado hubiera dotado de más calidez a la experiencia. No es necesario incitar pogos constantemente, ni mucho menos, pero sorprendió la tibieza generalizada que se respiraba entre la audiencia ante un derroche de energía tan honesto y lúcido como el de esta banda. Quizá alguno seguía añorando a Jason Isbell. Quizá envejecer es perder la pasión, la entrega, el entusiasmo que te despierta una banda, ese entusiasmo que te adentra en otra dimensión, en una nube de locura y de inconsciencia. Esa mismo que Drive-By Truckers, a golpe de disco y de concierto, mantiene muy vivo, vivísimo, en todos aquellos que ayer pudieron levitar y arrancarse de cuajo la maldita espina.

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