Cada una de sus apariciones es celebrada con un rugido agudo, un remolino de decibelios que arranca del graderío y que incrementa su velocidad a medida que aumenta la temperatura. En unos segundos, esas ondas sonoras se enzarzan en un combate desordenado, se chocan entre sí y sortean las interferencias para llegar al escenario, llenas de deseo.
Allí abaten al artista, le hacen cosquillas. Él sonríe cuando las reconoce y se rompen con un estallido a su lado: "A-LE-JAAAAN-DROO". Son muchos años y es capaz de absorberlas con placidez. Le ayudan a situarse cuando las actuaciones están programadas de dos en dos y cambia en pocas horas de país. Los gritos de "cuero" ('tío bueno', en Centroamérica) que provienen de esas cabezas con melenas onduladas de la primera fila le recuerdan la belleza y diversión mexicana. El 'rohayhu' ("te quiero" en guaraní) con que le responde el aforo en ese otro estadio le descubre al público paraguayo.
Hay más voces masculinas que en sus primeros shows. También ha aumentado ligeramente la media de edad de los asistentes. Podría notarlo por los staccatos en la ovación. ¿Son 15.000 voces las que vitorean ahora al unísono, como en su último concierto en Madrid? ¿Acaso 40.000, como en Haití? ¿ O 130.000, como en la plaza del Zócalo en México D.F.? Responde a todas con una descarga de 250.000 vatios de luz y sonido mientras suda un poco. Las estrofas reparten historias de amor entregado, extasían a los fans, les canta de tú a tú ("Mi alma se hace añicos. Sólo oírte respirar"). Los meneos son contenidos, el baile se le resiste. Pero la voz es templada. Hace tiempo que las cifras y las multitudes dejaron de apabullarle.
Media vida de estrella
Según su currículum, Alejandro Sánchez Pizarro tiene 41 años y lleva más de la mitad de ellos triunfando en la música: ha vendido 21 millones de discos por todo el mundo, ha ganado dos Grammy, 15 Grammy Latino, un sinfín de premios Ondas; cuenta con más de un millón de seguidores en Twitter –a quienes responde a través de la red social y mima con celo- y ha recibido los elogios de artistas tan dispares como Mala Rodríguez, Melendi –que no se perdió su último concierto-, Paco De Lucía o Maldita Nerea. Su fortuna está estimada en varios millones de dólares.
Vive en Miami, en una lujosa mansión con decoración minimalista, en el mismo vecindario que Ricky Martin o Enrique Iglesias. Allí comparte los días con su pareja -una semidesconocida Raquel Perera, a quien conoció cuando esta se convirtió en su road manager-, su lancha y la colección de discos de AC/DC. Con estos últimos recupera de cuando en cuando los recuerdos de adolescencia: su primera banda, la heavy Hiroshima, o su casa de la niñez en Madrid, Moratalaz, por entonces un barrio obrero donde había "navajas y pistolas". En el distrito aún quedan rincones, como el Bar La Lonja, en el que se rinde pleitesía a su vecino más ilustre, "aquel chaval que, desde pequeño, tenía tan claro donde quería llegar". Con su primer sueldo, cuenta la leyenda, le compró a su padre un gran Mercedes.
Aspirante a padre de familia numerosa
Hace nueve años Alejandro Sanz fue padre por primera vez de Manuela, fruto de su matrimonio con la modelo mexicana Jaydy Mitchell, roto poco después.
Hace tres años, el cantante aseguró que los dos hermanos se conocían y, además, "se llevan muy bien". Incluso confesó que Alexander se parecía a él "como una gota de agua".
Sanz nunca ha ocultado su deseo de tener más hijos: "Quiero tener un equipo de fútbol, como ya dije una vez". Por ahora, la familia no se ha ampliado.
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