El mundo de los caramelos está lleno de ejemplos de longevidad. También de inventos fortuitos que acertaron el gusto a los consumidores entonces y siguen vendiéndose hoy. Es el caso de los caramelos Solano.
En la primera mitad del siglo xix, un confitero logroñés fabricaba unas pastillas de malvavisco para la tos. En aquella época, la leche de burra se hizo muy popular contra los catarros, y a la esposa del confitero se le ocurrió usarla para hacer pastillas contra la tos. Celestino Solano, que no lo veía claro, añadió a la leche un chorrito de café. Con tal acierto que los acatarrados de Logroño se pasaron en masa a sus grageas de café con leche.
Hay más ejemplos de dulces que aguantan el tipo. Los Pez nacieron en 1927. Las pastillas de hierbas suizas Ricola se fabrican desde los años veinte. Los Sugus llegaron a España en 1961. Werther’s Original se crearon en Alemania en 1903. Y los Conguitos son cuarentones. Nada menos.
El gran invento: ponerles palo
En los años cincuenta, los niños se pringaban de lo lindo al comer los caramelos más populares, unas bolas azucaradas. A Enric Bernat, catalán hijo de confiteros, se le ocurrió añadirles un rudimentario palito de madera. Hoy, Chupa Chups vende en 150 países.
Anecdotario de los clásicos
El primer calvo de la tele: Antes de que la serie Kojak llegara a España, en 1975, los Kojak se anunciaban con un doble de Telly Savalas.
De colección: En los cincuenta, las Juanola costaban lo mismo que el autobús. La gente coleccionaba sus cajitas de colores.
¡Son de cereza!: La creencia popular decía que las piruletas de corazón de Fiesta (finales de los 60) son de fresa. Y son de cereza.
Si funciona, no innoves: Los caramelos de piñones de El Caserío de Tafalla no han cambiado el envoltorio en sus 40 años de vida.
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