W.A.S.P., Faith No More y el espíritu de Carles Puyol reinan en el Sonisphere

  • Blackie Lawless lidera otro gran show de una banda en plena forma.
  • Mike Patton, convincente en la reunión del grupo de su vida.
  • Multitud de guiños a la selección en el festival rockero de Getafe.

En pleno éxtasis por la final del Mundial de fútbol, España acogió el pasado fin de semana el Sonisphere, festival itinerante organizado en nuestro país por Last Tour International, con una audiencia entregada a la causa y atravesada por sentimientos de muy distinta índole.

Por una parte, la tristísima desaparición de DIO, cuyo nombre resplandecía en la primera confección del cartel al frente de Heaven & Hell, abrió un boquete imposible de cubrir en el evento y en el corazón de parte de los asistentes. La caída de Anthrax también hizo mella en la moral de algunos. Pero los alicientes no faltaban. Por encima de todos, la gira de reunión de Faith No More, tras una década en el limbo y con su líder, Mike Patton, desperdiciando su talento en proyectos anecdóticos, enfangándose en álbumes con un dudoso y discutidísímo, cuando no absurdo, sentido de la extravagancia. Pese a todo, uno le ve al frente de la banda de su vida y es capaz de perdonarle todo. Pocas cosas apetecían más en localidad madrileña de Getafe que cubrirle de claveles y volver a reencontrarse con su genio.

No era la única banda, por descontado, que provocó entusiasmo y expectativas. W.A.S.P., Saxon, Megadeth o Coheed & Cambria, entre otras, también ayudaron a configurar un elenco apetecible. Y muchas de ellas, por cierto, rindieron un pequeño tributo a la selección española. El guiño de Mike Patton fue estelar: “El próximo rey de España… Carles Puyol”. Resultaba maravillosamente chocante asistir a esa lluvia de elogios en mitad de la constelación de estrellas del rock y el metal más salvaje que se citaban en el sur de la capital. Si el combinado de fútbol se ha sacudido los complejos en este Mundial, también podemos decir lo mismo de la agenda de conciertos. Hace años, era impensable que algunas figuras recalaran en nuestras fronteras, parecían inalcanzables. Ahora, pocas, poquísimas se nos resisten.

El calor fue demencial durante el viernes y el sábado, y la nube de polvo que emergía de las inmediaciones del escenario principal amargó la experiencia a algunos. Era descorazonador ver a muchos fans ataviados con una mascarilla para poder disfrutar de sus ídolos. Pero aunque a veces costaba discernir si Getafe era el escenario de un festival de rock o el nuevo Chernobil, dos bandas, por encima de cualquier otra, devolvieron el precio de la entrada. Ambas se exhibieron el viernes. De Faith No More lo esperaban muchos. De W.A.S.P, bastantes menos.

Secreto bien guardado

Blackie Lawless y sus forajidos firmaron en el escenario pequeño la primera hazaña del Sonisphere con un concierto vibrante, poderosísimo, en la línea de sus última giras. Es imposible pensar en algo menos apetecible para los oráculos del vanguardismo que reivindicar en 2010 a un grupo como W.A.S.P., y de hecho pocos podían sospecharlo no hace mucho, pero lo cierto es que ahora mismo es una de las mejores bandas de hard-rock del mundo, sin discusión. Trallazos inmortales como L.O.V.E Machine o I Wanna Be Somebody sonaron inmensas, pero para nada mejores que temas flamantes y sobresalientes como Babylon’s Burning. Lawless se mantiene pletórico, lleno de vigor e histeria, con su atuendo negro adornado con cuchillas. Doug Blair es un guitarrista formidable, dotadísimo tanto para la urgencia de un riff abrasivo como para la expansión de un solo melancólico. Lástima que este concierto no durara una hora más y que dejara varias perlas en el tintero (Mean Man, Fuck Like A Beast, Burning Man, Mercy…) . El estado de forma de este grupo es uno de los secretos mejor guardados de la música actual.

Faith No More, ya de noche y en el recinto grande, se lucieron con otro show inolvidable. Es cierto que su discografía languideció estrepitosamente en 1997 con Album Of The Year, y que los fans de sus inicios cada vez parecían más distanciados, pero cuesta asumir que una banda tan descarada, tan habilidosa para fusionar estilos como el metal, el hardcore o el funk haya estado fuera de circulación tanto tiempo. Se hubiera podido entender si alguno de ellos hubiera tenido algo muy importante que contar al mundo, pero, o algo se nos escapa, o no parece haber sido el caso.

Patton, impecablemente engominado, con esa imagen de crooner decadente al borde de la esquizofrenia que le distinguió en los últimos años de los 90’s, emergió apoyado en un bastón y se adueñó de la audiencia desde el primer alarido hasta el último. No tiene mucho sentido distinguir una por encima de otra, fue una actuación compensada, sólida, representativa de la multitud de aristas y matices del grupo. Hubo algún que otro altibajo, motivado por canciones menos inspiradas, pero bombazos como Epic, Midlife Crisis, From Out Of Nowhere o Be Agressive fueron recibidos entre vítores, nostalgia e ilusión por una segunda fase de esplendor de la banda, que le sentaría como un guante a la esquelética actualidad musical.

El viernes también brindó momentos destacables. Destaquemos algunos. Saxon, santo y seña del heavy metal, convencieron a su parroquia con, entre otros, un himno como Motorcycle Man. Porcupine Tree y su virtuosa gelidez, presunta referencia para bandas como Tool, provocaron división de opiniones. Les sentó mal, en cualquier caso, encontrarse a pleno sol, como a Alain Delon. Slayer podrán ser monótonos, pero la ejecución de su thrash-metal fue intachable. Kerry King y Tom Araya son dos instituciones en lo suyo, y con razón. Igual que Suicidal Tendencies, que pusieron el broche a la velada con un concierto lleno de energía y de rabia.

Genuino Claudio

El sábado fue una jornada menos brillante, pero también deparó bastantes experiencias, de entre las que cabría destacar unas cuantas. Coheed & Cambria y su peculiar metal, bajo un hirviente sol, congregaron a unos cuantos fans irreductibles, que gozaron de lo lindo. Quizá les faltó Feathers para redondear la faena, y sin duda en una sala y con más tiempo para el explayamiento hubieran rayado a mejor nivel, pero sonaron frescos, contundentes. Claudio, cantante y guitarrista, demostró ser un frontman pasional y genuino, un tipo especial. Deftones, por su parte, mejoraron algo las paupérrimas prestaciones que han solido ofrecer en nuestro país sobre un escenario. Chino Moreno, más delgado, sigue peleadísimo con el carisma escénico, aunque es de recibo admitir que, pese a sus limitaciones, es el artífice de algún que otro buen disco, especialmente Around The Fur.

Los brasileños Soulfly dieron la oportunidad a su líder, Max Cavalera, de recuperar clásicos de Sepultura, su banda anterior, como Attitude, y de homenajear al malogrado Dimebag Darrell con una parte del incendiario riff de Walk, de Pantera. Ambos arrebatos provocaron más entusiasmo que las propias canciones del grupo, muy derivativas de los creadores de Chaos A.D.

En lo referente a Alice In Chains, si alguna vez has amado a ese grupo, resulta imposible, o como mínimo incomodísimo, hablar de ellos sin abstraerse de que Layne Staley, uno de los cantantes más profundos y personales de la historia del rock, ha sido sustituido por un imitador que pide palmas al público. Es la  banda con más talento y emoción en términos estrictamente discográficos de todo el festival, de largo, pero evidentemente costaba eludir un agujero tan abismal, dolía escuchar canciones que han marcado tantas vidas como Would? o Man In The Box en tales circunstancias. Hubo almas indulgentes y estómagos de acero que lo disfrutaron, no obstante. Las tragaderas de algunos melómanos deberían ser estudiadas en laboratorios.

Y de aquí al final, no hay mucho que contar. Megadeth, salvo algún que otro lance acertado (Holy War, especialmente), no destacaron. Dave Mustaine no anduvo fino vocalmente. Existen sospechas de que nunca lo ha estado, en realidad. Han evolucionado con bastante más dignidad que Metallica, eso sí.  Rammstein recurrieron a la pirotecnia y a los efectismo escénicos para camuflar la terrible mediocridad de la mayor parte de sus canciones, que quieren sonar como taladros de rock industrial pero que no evocan y transmiten mucho más que el techno machacón y vacío de cualquier discoteca rancia de Gandía. Hay que reconocerles, eso sí, una puesta en escena efectiva, una capacidad para parecer mejor de lo que son, cierta pericia para la embaucación.

En fin, tras el salvajismo sonoro de Meshuggah, acabó el Sonisphere. Tres nombres salían reforzados de la cita: W.A.S.P, Faith No More y Carles Puyol.

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