No me refiero sólo a la Navidad, engendro eclesiástico-festivo, sino a su principal corifeo, la Publicidad, cuya única razón de ser consiste en proponer que nos transformemos comprando alguna cosa de más: Licores, coches, juguetes, perfumes … a través de estos productos la publicidad provoca nuestra imaginación para que, por obra suya (y gracia) nos veamos transformados en seres mejores o, como dice Berger, nos roba el amor que nos tenemos por ser tal cual somos y promete devolverlo, sólo, si pagamos el precio del producto.
¡No me digan que no es triste! El efecto rebote nos hace sentirnos asustados, precisamente, en estas entrañables fiestas al comprobar, cómo toda felicidad se centra en el dinero, es decir, en hacer dinero para superar esa ansiedad, ese temor de que, al no tener nada, no seas nada. Ni en Navidad.
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