En ocasiones, la palabra leyenda se emplea para referirse a artistas que han dejado un poso decisivo en la historia de la música popular. A otros, sin embargo, el término se les queda pequeño.

Hablar de B.B. King, el carismático músico de blues y jazz que en septiembre cumplirá 85 años, es hacerlo del guitarrista vivo más grande del planeta, según entendió en su día la revista Rolling Stone. Lo cierto es que pocos han tocado la guitarra como él. Su particular unión con el instrumento le llevó, a mediados de los años cincuenta, a bautizar a todas y cada una de sus guitarras con el nombre de Lucille, una tradición que ha mantenido hasta hoy.

Nacido en 1925 en Itta Bena, una pequeña localidad del estado de Misisipi (el más pobre de EE UU), Riley B. King comenzó a labrarse cierta fama a finales de los 40 gracias a sus primeras grabaciones junto a Sam Phillips, quien más tarde fundaría Sun Records (hogar de Elvis Presley, Johnny Cash o Jerry Lee Lewis, entre otros). En los cincuenta ya era una reconocida figura del blues y el R&B, y en los sesenta su popularidad se terminó de disparar cuando, a finales de la década, actuó de telonero en la gira de los The Rolling Stones por EE UU.

El secreto es la pasión

"¿Sabes qué me hace más feliz que nada? Una guitarra. Dame seis cuerdas y seré feliz". Quizá en una frase tan concisa se encuentre el secreto de la magia de B. B. King cuando toma el instrumento entre sus rechonchas manos. La pasión lo es todo. Y, sobre el escenario, el viejo B. B. King es pasión pura. Los afortunados que le vean en su gira española (este miércoles en Madrid, el viernes en Valladolid, el sábado en Granada y el domingo en Murcia) podrán comprobarlo in situ.

Un día en honor de Mandela

El concierto de esta noche de B. B. King en el madrileño Teatro Circo Price es el pistoletazo de salida a las conmemoraciones que culminarán el próximo 18 de julio, primer Día Internacional de Nelson Mandela. Ese domingo, en el que el político cumple 92 años, los sudafricanos se unirán con la gente de todo el mundo dedicando, al menos, 67 minutos a ayudar a los demás, en honor al mismo número de años que el ex presidente sudafricano dedicó a la defensa de los derechos humanos.