Ciudad policial

No se puede ir de Antioquia a Río Negro, en Colombia, sin escolta policial.
En cada esquina de La Habana hay un dúo dinámico de policía y perro, convertido en el mejor preparador físico de la raza negra.

Porque cada 20 minutos les obligan a levantar los brazos y abrir las piernas para cachearles; tenemos unos negros envidiablemente cinéticos. En Murcia vamos por el mismo camino: 192 policías locales vigilan todos los colegios. Y ya hay guardas jurado en nueve ambulatorios de la Región para cuidar a médicos y enfermeros de las agresiones de sus pacientes. Detrás de cada atasco hay un municipal. Pero no es suficiente. Los cacos se están cebando con los barrios y pedanías de Murcia. Por lo menos nos queda el consuelo de que nuestros policías estudian árabe e inglés para dar el alto con sabiduría. No tengo la sensación de vivir en una ciudad conflictiva, pero sólo me siento segura si ellos nos miran.

Esto me recuerda al mutilado de guerra que se le acerca al Libertador Bolívar y le dice: «General, ya tenemos la independencia, ahora qué hacemos con ella».

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