Adosados

Israel Galván y LucÍa Lacarra, premios nacionales de Danza. Ambos han sido galardonados con el Nacional de Danza 2005, Lacarra como intérprete y Galván como montajista. Ella asegura que nació para ser bailarina, él es menos romántico en este sentido y afirma que le hubiese encantado ser futbolista. Galván continúa trabajando en España y Lacarra se encuentra en el Ballet de la Ópera de Múnich.
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Caco Rangel
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Israel Galván. Es, además de bailarín y coreógrafo, un gran maestro de bailarines. Nació en una familia de bailaores flamencos de Sevilla y confiesa ser un amante del fútbol.

«Nunca tuve vocación, me la inculcó mi padre»

Premio Nacional de Danza al mejor montaje con sólo 30 años...

No me lo podía ni imaginar. Aunque, la verdad, mi espectáculo se estrenó con una gran acogida y coincidió con las nominaciones. Este premio significa que hay algo que está cambiando.

Lo suyo le viene de nacimiento...

Hombre, mis padres, ambos bailaores, siempre tuvieron claro que tenía que ser bailaor. Yo nunca tuve vocación de bailarín, me lo inculcó mi padre.

¿Qué le hubiese gustado ser?

Futbolista, sin lugar a dudas. De hecho, tuve hasta una ficha en el Betis, pero mi padre no me dejó seguir.

¿Cómo fue su infancia entre el fútbol y la danza?

A los nueve años mi padre me lo había enseñado todo. Me ponía a dar clases a los niños de su academia y yo lo engañaba y me los llevaba a jugar al fútbol a la calle (risas). Los padres venían a quejarse... ¡Montábamos unas! Entre estos alumnos estaba Rafael Campayo, el bailaor.

¿Tiene contabilizados los premios?

Que va... Sólo sé que cuando llegó el primero, empezaron a llegar todos los demás en muy poco tiempo. El giraldillo de la Bienal de Sevilla, el de Córdoba, el de las Minas, el Nacional...

¿Le han criticado mucho por su afán por experimentar?

Mucho menos que a otros. Los comienzos siempre son duros, aunque yo he tenido mucha suerte. Respetan mi lenguaje experimental porque me han visto ceñirme al patrón ortodoxo del flamenco en mis comienzos.

¿Ésa ha sido la clave?

Creo que sí, aunque no terminan de respetarte hasta que no ven que eres capaz de llenar los teatros.

Además de bailar, le encanta la enseñanza...

Eso es algo que me apasiona. Nunca he dejado de dar clases y además será lo que haga cuando tenga que dejar de bailar, y es que la vida de un bailarín es muy corta. Los alumnos son mis mejores críticos, me enseñan día a día.

¿En qué situación se encuentra el mundo de la danza actualmente?

Vivimos un momento de esplendor. Hoy por hoy, todo el que quiere bailar baila, y eso es bueno. Cuando yo empecé a estudiar clásico era el único niño, ahora las academias tienen muchos más alumnos.

¿Qué necesidades ve?

Faltan ayudas desde las administraciones públicas. No hay salas alternativas, la gente no tiene sitios donde ver danza.

Bio

Es sevillano y acaba de cumplir 32 años. Le gusta desayunar siempre en el mismo sitio, le apasiona el fútbol y ver flamenco en las peñas. Es uno de los representantes de las nuevas corrientes de la danza en España.

Lucía Lacarra. Lo suyo es dedicación. Siempre supo que quería ser bailarina. Su pasión es el aprendizaje y no piensa parar mientras que el cuerpo aguante y se lo permita.

«Nací con la necesidad de bailar, y eso hago»

¿Cómo se enteró de que le habían dado el premio?

Estaba en Múnich y me llamaron por teléfono del Ministerio de Cultura. No era esperado, pero me llenó de alegría. Aún no puedo creerlo.

Un premio a toda una vida dedicada a la danza...

Es mi forma de vida. Nunca he bailado para que me reconozcan nada, nací con la necesidad de hacerlo y eso hago.

Empezó muy pronto.

Con tres años lo tenía clarísimo. En mi casa nadie había hecho danza. En mi pueblo, Zumaya, no había ni academias.

¿A qué edad se fue de casa?

Tuve que madurar rápido, con 14 años me dieron una beca para estudiar con Víctor Ullate en Madrid y allí me fui. Sólo pensaba en perfeccionar.

¿Qué fue más complicado, la beca o convencer a la familia?

Convencer a la familia. Mi situación era especial. Somos dos hermanas y quedamos huérfanas de padre con dos y cuatro años. Mi madre me apoyaba, aunque sufría por dentro, era consciente de que me separaría de ella pronto.

Si no fuese bailarina...

(Risas). Es curioso, pero no había alternativas. Yo sabía que tenía que ser bailarina porque para ello nací.

¿No tiene la sensación de haberse perdido nada?

No, porque siempre he sido muy feliz con lo que hacía. Con 15 años nadie me impidió irme de fiesta con las amigas, pero nunca me atrajo hacerlo. Mi única atracción ha sido bailar.

¿Cómo es un día normal en su vida?

(Risas). Muy frío. Aquí, en Múnich, los días son fríos, aunque ya me he acostumbrado. Empezamos a las nueve y paramos a las dos para comer. A las tres continuamos, hasta las seis o las siete, depende del día.

Y las vacaciones, ¿cuándo?

Este año sólo he tenido una semana. En realidad tenía un mes pero aprovecho para hacer actuaciones de colaboración con otras compañías.

¿Cómo se ve la danza española desde fuera?

Hay muy buenos profesionales. En todas las compañías en las que he estado, siempre hay dos o tres españoles.

¿Hasta cuándo podrá seguir con ese ritmo?

La danza es un trabajo extremo, pero hoy por hoy se llega hasta los 40 e incluso hasta los 50 años. Sólo hay que saber elegir los trabajos.

¿Cómo es la danza europea?

Distinta, es más profunda. Lo importante en Europa es transmitir, también somos actores. Los norteamericanos valoran más la pirueta.

Bio

Tiene 30 años y es vasca. Nació en el pequeño pueblo de Zumaya (Guipúzcoa) donde ni siquiera había academia de danza. Es tranquila y contemplativa. Le encanta viajar, algo que compagina con su trabajo.

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