Fundado en 1932, el de Venecia es el festival de cine más antiguo del mundo. Cannes, el que reúne más estrellas. Y la Berlinale, la que da refugio al cine más combativo. ¿Pero saben dónde se entregan los llamados 'Oscar africanos'? ¿O en qué lugar se proyectan películas durante cinco días seguidos, en los que nunca se pone el sol?

Estrellas sin premio

Telluride, Colorado. Un pueblo minero del este de EE UU al que, como mucho, acudía un puñado de esquiadores atraídos por las nieves de las Rocky Mountains. Hasta que en 1974, cuatro vecinos decidieron animar la vida cultural del lugar y, aprovechando que el único cine acababa de ser restaurado, crearon un festival. Apostaron por clásicos (las primeras invitadas fueron la diva Gloria Swanson y la legendaria Leni Riefenstahl) y demostraron buen ojo: entre otras, proyectaron películas de Coppola y Kenneth Anger.

Doscientos espectadores locales y cien foráneos acudieron a esa primera edición. Pero la idea cuajó: Jack Nicholson, Clint Eastwood o Pedro Almodóvar han pasado por allí. Para Roger Ebert, quizá el crítico más famoso del mundo, "Telluride es el más pequeño de los más grandes festivales del mundo".

Del machete a Charlot

Aunque también se celebre en parajes de gran belleza, la historia de Hillywood, como es conocido el Festival de Cine de Ruanda, es muy diferente. Independiente desde 1962, el país se convirtió en noticia en 1994 por el genocidio que mató a casi un millón de personas. La llegada de reporteros extranjeros permitió el contacto de la población local con cámaras de cine y televisión y, milagrosamente, de las cenizas de un país destruido surgió una generación interesada por narrar a través de la imagen.

Uno de esos jóvenes, Eric Kabera, colaboró con el británico Nick Hughes en '100 Days' (2001), documental elogiado en medio mundo y con el que Kabera pudo contactar con instituciones internacionales para fomentar el cine en su país. El resultado fue el Rwanda Cinema Centre, la escuela que organiza Hillywood. Una cita itinerante: junto a un grupo de voluntarios, Kabera recorre las colinas ruandesas con una pantalla hinchable, de 25 metros de altura, con la que revela a los nativos el cine. Contemplar a dos mil niños ruandeses, en plena noche y en medio de la selva, carcajeándose con un viejo corto de Chaplin debe ser lo más parecido a un milagro que uno pueda imaginar.

Sin palomitas

Abundan ejemplos de festivales así en África. El de Freetown, la castigada capital de Sierra Leona, es un caso parecido al de Hillywood, aunque el más conocido en España sea el del Sáhara. Desde 2004, los doscientos mil refugiados que viven sin luz ni agua corriente en pleno desierto argelino pueden disfrutar, durante cinco días, de películas y estrellas del cine español como Elena Anaya o Javier Bardem. Pero el evento más importante del continente es el Fescapo, Festival Panafricano del Cine y la Televisión. De carácter itinerante –este año es en Burkina Faso–, se celebra desde 1969 y entrega los premios Semental, unos caballos metálicos que serían el equivalente africano a los Oscar.

Pero no hay que irse tan lejos para encontrar citas de gran simbolismo: el Festival de Sarajevo nació en plena guerra de los Balcanes (1995), pero ya es uno de los más relevantes de Europa. No tuvo tanta suerte, en cambio, el primer festival de cine gay en esa ciudad: su primera edición, en 2008, incluía películas, exposiciones y debates, pero tuvo que cancelarse tras ser agredidas ocho personas al final del primer día. Patético.

De sol a sol

Más relajados son el Night Film Festival de Copenhague, que durante seis días proyecta películas sólo entre la medianoche y las seis de la mañana, o el Midnight Sun Film Festival. Todo el mundo debería visitarlo alguna vez: se celebra en la ciudad finesa de Sodankylä, a 120 kilómetros del Círculo Polar Ártico y en el corazón de Laponia. Cinco días sin parar de ver cine... y luz natural. Del 16 al 20 de junio de 2010, ni el cine ni el sol (¡es tan de día a las cuatro de la tarde como de la madrugada!) se tomarán un descanso en este acontecimiento único.

Y es que hay festivales para todos los gustos y presupuestos. Gibara, a 800 kilómetros de La Habana, es el escenario desde 2003 del Festival de Cine Pobre, al que sólo pueden acudir películas con un presupuesto inferior a 220.000 euros y duración inferior a dos horas. Humberto Solás, su creador, dejó claro que "cine pobre no quiere decir carente de ideas o de calidad (...). El intento de globalización acentúa el abismo entre cine pobre y rico, lo que comporta el peligro de la implantación de un modelo único de pensamient"».

Con propósitos menos combativos, pero originales, destacan los festivales de la estadounidense Austin (sólo reconoce el trabajo de guionistas), la italiana Pordenone (exclusivamente cine mudo) o la ucraniana Kiev: apenas proyecta cintas sobre la hermandad eslava y que transmitan valores cristianos ortodoxos.

Para deportistas, niños y momias

Telluride es también escenario de, junto al Banff Mountain Film Festival de Alberta (Canadá), el más importante festival de cine de montaña. Hay varios sobre deporte, pero es muy célebre el de Milán (en 2010 cumple 28 años). Sólo sobre bicicletas versa el Bike Film Festival (en 32 ciudades, incluida Barcelona). ¿Festivales infantiles? Innumerables, pero destaquemos el canadiense Carrousel de Rimouski, cuyo jurado está compuesto por niños. Y cerramos con un evento español: el Obuxofest, Festival de Cine Extraño y Terror. Es en Javierrelatre (Huesca), tiene una zona de acampada gratuita en el antiguo cementerio del pueblo y la posibilidad de participar en un desfile de momias.