Inventos que son fruto del azar

La pólvora, el neumático, el post-it, el plástico... son objetos con una curiosa historia detrás. Algunos nacieron por el fracaso de proyectos originales. Entre ellos, uno de los hallazgos más importantes para el hombre, la penicilina.
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Aunque se ignora quién inventó la pólvora, la leyenda cuenta que fue un alquimista chino que en el siglo ix buscaba el elixir de la eterna juventud. No iba bien encaminado, pero así surgió la pólvora, por azar y gracias a un error de su creador. No ha sido el único.

Otro ejemplo es el del post-it, esas célebres notas amarillas que han cambiado la fisonomía de las oficinas de todo el mundo. Estos papelitos, que han cumplido 30 años, nacieron como el sonoro fracaso de uno de los investigadores de la empresa, Spencer Silver, que buscaba un nuevo pegamento. Años después, su compañero Arthur Fry estaba en la iglesia con su libro de coros y pensó que aquel adhesivo podría servir como marcapáginas del misal. ¡Bingo! Nació el post-it.

El plástico llegó en los 50

Los azarosos años cincuenta fueron los padres del plástico. Los investigadores Paul Hogan –que no tiene nada que ver con el protagonista de Cocodrilo Dundee– y Robert Banks trataban de fabricar una farolita de alto octanaje a partir de propileno. En lugar de obtener un líquido, empezó a surgir una sustancia viscosa y versátil. Y de ahí al tupperware.

Un siglo antes, un tal Charles Goodyear descubrió al arrojar un trozo de goma al fuego que ésta se convertía en un material maleable. Así nació el proceso de vulcanización, primero, y el imperio de los neumáticos, a continuación. Cuatro siglos antes de tan sensacional invento, una concatenación de casualidades dio lugar a un ingenio no menos fenomenal: el microscopio.

Su desarrollo se atribuye al óptico holandés Zacharias Janssen, que tuvo la ocurrencia de superponer varias lentes en un tubo, en algún momento entre 1590 y 1600. Aquel primitivo aparato apenas lograba aumentar la imagen diez veces, mientras los actuales de efecto túnel logran ampliar el objeto unos 100 millones de veces. Y lo que está por llegar... La casualidad, quizá, será la artífice.

Una palabra para definirlos

Los inventos fortuitos son el pan nuestro de cada día en los laboratorios. Si a los artistas la inspiración les puede llegar en cualquier momento, los científicos deberían ser sorprendidos por este azar entre probetas y fórmulas magistrales. Serendipia es el neologismo que define estas invenciones inesperadas. Es un préstamo del inglés serendipity, que a su vez lo tomó de Serendip, un legendario reino en la isla de Sri Lanka en el que los príncipes tenían el don del descubrimiento fortuito.

De pura chiripa

¿Qué?: La penicilina.

¿Quién?: Alexander Fleming, en 1928.

¿Cómo?: Mientras trabajaba con el virus de la gripe, un moho cayó accidentalmente sobre la muestra y creó un círculo libre de bacterias a su alrededor.

¿Qué?: El Viagra.

¿Quién?: Laboratorios Pzifer, en 1994.

¿Cómo?: Durante las pruebas con un medicamento para la angina de pecho llamado Sildenafil, los pacientes empezaron a experimentar unas erecciones anormales.

¿Qué?: La pila eléctrica.

¿Quién?: Alejandro Volta, en 1800.

¿Cómo?: Su rival Galvani comprobó que las patas de una rana muerta se movían al tocarlas con un escalpelo metálico y concluyó que la rana producía electricidad. Volta demostró que la rana actuaba como circuito.

¿Qué?: El velcro.

¿Quién?: George de Mestral, en 1950.

¿Cómo?: Dando un paseo por el campo, encontró su chaqueta llena de diente de león. Su capacidad de sujeción le inspiró para inventar el velcro, tan usado en la ropa.

Otro aparato más, el microondas

En plena Segunda Guerra Mundial, dos investigadores británicos estaban trabajando en un aparato llamado magnetrón, que emitía microondas que detectaban al enemigo. Durante las pruebas, la tableta de chocolate de uno de ellos se derritió. Diez años después, la empresa Raytheon utilizaba este principio para lanzar el primer microondas.

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