Isabel López «No quiero morir sin regresar a mi amada Trípoli»

Isabel López de las Heras prefiere ver su edad publicada así: «veintimuchos años». Trabajó de matrona desde los 16 años y lleva 10 jubilada. Se ha emocionado con cada uno de los «miles» de niños a los que ayudó a nacer.
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H.C.
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A principios de los cincuenta, Isabel, una matrona de diecisiete años, llegó en taxi a un cortijo rural de Jaén para atender un parto. El niño salió, pero la placenta quedó dentro. La mujer palidecía, perdía sangre, el taxi ya se había marchado y no había coche ni teléfono. La solución estaba en la cuadra del cortijo: una pequeña Vespa. Ató a la parturienta a la moto y despertó al cuñado, que se mareaba cuando veía sangre, para que condujera. «Cuando llegaron al hospital no podían ni desatar a la mujer de tanto nudo que le había hecho. La salvé de milagro».

Isabel López se ríe. Tiene ojos grandes, como una estrella de cine de las de antes.

Su padre, militar, nunca llevó bien que su hija fuese tan intrépida. En una ocasión, tras asistir el parto de un churumbel, unos gitanos la llevaron a casa en burro, cantando y tocando la pandereta. Su padre, furioso por el escándalo, le preguntó adónde pensaba llegar en la vida. Isabel anunció: «Quiero llegar muy lejos, conocer mundo. No me quiero quedar aquí».

En 1962, un médico le contó que en Trípoli (Libia) buscaban personal sanitario y pagaban bien. Fue a la biblioteca, leyó sobre el país y se fue. «No he encontrado a gente más noble. Me besaban las manos y me regalaban naranjas tras los partos».

Aprendió a chapurrear árabe y atendió «entre 26 y 28 partos al día» durante 7 años. Regresó a Madrid junto a su padre, que estaba enfermo de gravedad. «Era lo primero y ni por todo el oro del mundo me podía quedar en mi amada Trípoli». Ahora planea un viaje a Libia para reencontrarse con el escenario de su juventud. «Me encantaría volver antes de morir. Los años más felices de mi vida los pasé allí».

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