Isabel López se ríe. Tiene ojos grandes, como una estrella de cine de las de antes.
Su padre, militar, nunca llevó bien que su hija fuese tan intrépida. En una ocasión, tras asistir el parto de un churumbel, unos gitanos la llevaron a casa en burro, cantando y tocando la pandereta. Su padre, furioso por el escándalo, le preguntó adónde pensaba llegar en la vida. Isabel anunció: «Quiero llegar muy lejos, conocer mundo. No me quiero quedar aquí».
En 1962, un médico le contó que en Trípoli (Libia) buscaban personal sanitario y pagaban bien. Fue a la biblioteca, leyó sobre el país y se fue. «No he encontrado a gente más noble. Me besaban las manos y me regalaban naranjas tras los partos».
Aprendió a chapurrear árabe y atendió «entre 26 y 28 partos al día» durante 7 años. Regresó a Madrid junto a su padre, que estaba enfermo de gravedad. «Era lo primero y ni por todo el oro del mundo me podía quedar en mi amada Trípoli». Ahora planea un viaje a Libia para reencontrarse con el escenario de su juventud. «Me encantaría volver antes de morir. Los años más felices de mi vida los pasé allí».
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