Después del incendio que destruyó el pasado lunes el invernadero abandonado que habitaba en Níjar (Almería), este inmigrante subsahariano intenta seguir adelante, en medio de la nada, reponiendo fuerzas con un té. Su triste mirada a la cámara nos habla de resignación. Una bici para moverse, una mesa, una alfombra y unas cuantas sillas son lo poco que las llamas han dejado vivo. El fuego calcinó, de la misma forma, unas chabolas próximas al invernadero donde vivían unos 200 indocumentados. Casi un centenar de ellos llevan tres noches durmiendo en la calle. Y mientras el desamparo de estos africanos crece por días, el alcalde de la localidad de Níjar le pasa la pelota al Gobierno central diciendo que «nuestro pueblo no puede ser la chacha de este país en acogida de inmigrantes».
Sin amparo del plástico
Si ya antes vivía de forma precaria, ahora está en la miseria.
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