Las miradas de Lucas

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Foto
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El niño de la foto es mi hijo mayor. Se llama Lucas, tiene cuatro años y, como ven, se dispone a saludar porque está muy bien educado. Lucas es guapo, guerrero y encantador, como cualquier niño. Lo he traído aquí porque es especial. Nació con una lotería del destino que se llama acondroplasia, lo que significa que su estatura cuando llegue a adulto rondará los 130 centímetros; es decir, lo va a tener crudo. El peor problema que le espera, según me cuentan mis amigos acondroplásicos adultos, es que todavía somos un país en el que una grave discapacidad como la suya es motivo de burla: éste es el país de los bomberos toreros.
 
Hasta ahora sólo he visto en los que se acercan a mi diminuto simpatía y solidaridad. Como mucho, sorpresa. Pero él, que es listo como un ratón, cuando le presentan a alguien se suele esconder entre mis piernas –me llega por las rodillas– mientras analiza la situación. El otro día le pregunté por qué lo hacía y me susurró en el oído: «Papá, es que las miradas pueden mucho».
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