Pero quedan sin control otros parámetros que influyen en la calidad final del vino. Así, lo que pretende este proyecto es «desarrollar sensores electrónicos baratos y fiables que permitan generalizar el control de calidad de la uva y detectar sustancias como los azúcares, el etanol o el dióxido de azufre». Es decir, garantizar la calidad del proceso para que dé un buen producto final.
Además de la nariz artificial, el IVIA trabaja en un sistema de resonancia magnética para detectar las semillas en las mandarinas, «algo muy útil para exportar a los EE UU, donde no quieren pepitas». Moltó cuenta que es un sistema «inocuo y que no produce radiación. Es como hacer una foto por dentro».
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