Sin embargo, aunque el recorte de gastos haga que para la mayoría de ellos ya no haya sitio, muchos de los edificios que los albergaron continúan teniendo su casa, convertida ahora en un lugar habitual para las reuniones de las juntas de vecinos y muchas veces utilizada como una manera de abaratar la contribución de los vecinos.
A pesar de que la venta o el alquiler del antiguo piso del portero podría suponer para muchas fincas el fin de sus días de ahogo económico, lo cierto es que la mayoría de estos pisos continúan en el mismo estado en el que se quedaron, vacíos. «No son decisiones fáciles de tomar, porque afectan a todos los propietarios y, por tanto, requieren unanimidad», declara Juanjo Martín, asesor jurídico del Colegio Profesional de Administradores de Fincas de Madrid. El acuerdo de todos es necesario para tomar decisiones con respecto a las escrituras de la nueva vivienda o para fijar nuevos coeficientes o cuotas de participación en los gastos comunes, y el desacuerdo de uno solo de los vecinos puede arruinar la operación.
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