Manos de topo: "Sería más sugerente que enseñaran el museo por un agujerito"

Manos de Topo
Manos de Topo
Óscar Ferrer
Manos de Topo

EL PULPO:  Miguel Ángel (voz), Pau (bajo) y Alejandro (xilófono y Casio PT1), las tres cuartas partes (nos falta Rafa, batería) del surrealista grupo musical Manos de Topo.

EL GARAJE:  El Museo de la Erótica de Barcelona , en plena Rambla.

Nadie sabe llorar al desamor y a la pareja huida como ellos (Pimpinela a su lado, unos aficionados). ¿Pararán alguna vez? «No. Ni de momento, ni nunca», responden a coro. «Cuando dejemos de llorar ya no seremos Manos de Topo; seremos Manos de otra cosa», puntualiza Alejandro. Los han abandonado en todas y cada una de las canciones de sus dos discos (el último, El primero era mejor, editado por Sones recientemente), pero no se dan por vencidos, porque saben que de víctima se liga más. O... ¿no? «Este segundo trabajo es más maduro. Y no porque sea verdad, sino porque queda muy bien decirlo», declara Pau.

Por las escaleras que llevan al museo se muestran tímidos, cohibidos. Es su primera vez. No saben lo que les espera, ni qué van a sentir o si les va a gustar. Les aseguramos que no les dolerá, pero no llevan cara de relajarse y disfrutar. «Vaya seta más rara…», exclama el bajista ante una enorme escultura con forma fálica situada justo en la puerta. La observan con cara de las-comparaciones-son-odiosas. «La erótica es el enseñar sin ver, ¿no?, y entrar aquí a mirar hace que pierda la gracia. Yo creo que tendrían que enseñar el museo por un agujerito. Sería mucho más sugerente», vuelve a la carga Pau.

Pasados los veinte primeros segundos en los que intentan permanecer juntos como niños buenos, se despendolan (el lugar se presta). Al cabo de un rato se cruzan en una de las salas e intercambian unas miradas de sabiduría y experiencia que sólo la erudición es capaz de producir. Miguel Ángel, la voz del grupo, entona frente a un imposible artilugio de apariencia milenaria la primera elucubración después del periodo de reflexión profunda que cada uno tuvo consigo mismo: «A lo largo de la historia puedes ver cómo el sexo está presente en todas las civilizaciones y culturas». «Ya. ¿A ti quién te dice que esto no lo hizo el de la taquilla?», increpa Alejandro. «¡Tcha! Tienes que tener fe —proclama el cantante, que estudió con los escolapios— en que los egipcios también le daban al tema». Pau, con su característico aire despistado, se vuelve a acercar y rompe la espiritualidad del momento: «Oye, y ahí hay un pene superpequeño. Debe de ser Falete».

Entre bromas y risas nos preparamos para abandonar el museo porque empezamos a ser conscientes de los ojos indiscretos de los guiris, que están consiguiendo hacernos sentir el pudor que nos negó la exposición.

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