«Pensé luchar, pero hubo momentos de desfallecimiento en los que veía que así no podía bailar», comenta Nadia al recordar sus pensamientos tras el accidente. «A pesar de ello, siempre había algo dentro de mí que me decía que tenía que intentarlo, porque mi vida estaba en el teatro y la danza».
Un largo camino
«Lo que más me preocupaba era no poder conseguir lo que realmente me hacía feliz», asegura, pero decidió que merecía la pena intentarlo porque no olvidó ni por un momento su meta.
Siguió haciendo coreografías para no desvincularse de este mundo. A los 18 años se marchó a los Estados Unidos, donde compaginó la danza con estudios de Filología Hispánica en la Universidad de Colorado.
Dificultades añadidas
Durante los nueve años que estuvo allí, Nadia conoció al que hoy es su marido, el actor de teatro Mark Swetz. Trabajó en una compañía en la que algunas personas tenían discapacidad, incluso hizo una audición para el reconocido bailarín Barisnikov en el Centro Kennedy.
«En España, las cosas para la gente discapacitada están muy difíciles, especialmente en el terreno laboral, y muy concretamente en el mundo de la danza», se queja. «Hace 15 años era impensable que un discapacitado se subiera a un escenario y aún me cuesta pensar en personas con renombre (artistas en general) que tengan alguna discapacidad evidente». En 2003, Nadia creó la academia Y Espacio Creativo Arte, para la que aún espera una subvención del Gobierno. Más información en www.yeca.org.
BIO
Con 30 años, en 2003, fue galardonada con el premio Isadora Duncan, uno de los más prestigiosos de la danza a nivel mundial.
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