Madarcos y la Acebeda, dos municipios madrileños en los que pasan del paro

  • Ninguno de sus vecinos está desempleado.
  • Aunque el censo es de 47 y 57 habitantes respectivamente.
  • Sus habitantes están orgullosos de residir en ellos.
Enriqueta y Eugenio, a la puerta de su casa en Madarcos. (ARCHIVO)
Enriqueta y Eugenio, a la puerta de su casa en Madarcos. (ARCHIVO)
ARCHIVO
Enriqueta y Eugenio, a la puerta de su casa en Madarcos. (ARCHIVO)

«¿Con menos paro? Aquí somos los de menos en muchas cosas, pero no lo cambio por nada», dice un vecino de Madarcos, municipio de 47 almas, a 90 kilómetros de Madrid, 1.000 metros de altitud, 400 años de historia... y 0% de paro.

Es la localidad de la región con menos desempleo (junto con La Acebeda, de 57 habitantes). Nadie, absolutamente nadie, está sin trabajo. Hasta los jubilados encuentran cosas que hacer, ya sea partir leña o cuidar de las cabezas de ganado.

Y eso no es nada, antes, allá por los cincuenta, el frenesí que se vivía en sus calles debía ser de aúpa: «Todo el mundo tenía su huerto o su gorrinillo para trabajar..., pero luego la gente comenzó a emigrar, y yo me quedé como la única moza del pueblo, con veintipocos añitos, mire usted...», nos explica Enriqueta.

Enriqueta de la Vega, de 69 años, lleva toda la vida en Madarcos. Se nos presenta muy formal: «Para servirle a Dios y a usted», nos dice, aunque luego coge carrerilla, y empieza a recordar, con su marido, los tiempos del hambre: «Comíamos el pan amarillo ese, de maíz, ¡era como mascar tierra, mecagüenla!», comentan ambos.

Además, están muy puestos en actualidad económica: «La gente anda preocupada por la crisis. Ésta viene por lo mismo que todas, por los intermediarios,

que lo encarecen todo. Debían darles una buena amonestación, ¡buena, buena de verdad!»

Internet e inmigrantes

Pero que nadie se llame a engaño, en este pequeño microcosmos no falta nada.

Tienen hasta Internet, e inmigrantes. Dos en concreto: un rumano y una boliviana, Rosario, que regenta el único bar, «a veces es muy aburrido. Hay días en los que sólo sirvo cuatro cafés», comenta.

No opina lo mismo Lidia Andrés Gómez, de 23 años, administrativa: «De mayor me gustaría vivir aquí, en paz, sin estrés, y con el trabajo cerca de casa».

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