Poco después de que finalizara el desfile de sus amigos Ailanto, que ofrecieron una colección "muy Alianto pero en sexy" según ellos mismos la definieron, llegó el turno para el diseñador guipuzcoano Lemoniez, un modisto que se ha mantenido imperturbable a los dictados de la moda a lo largo de los años y fiel al uso de elementos atemporales.

Si los anteriores habían enseñado más que otras veces, Lemoniez optó por lo contrario y sorprendió con un desfile casi eclesiástico, donde el recato de las largas túnicas en blanco o negro, hábitos y camisolas se combinaban con grandes colgantes similares a crucifijos y decorosos peinados de coleta de caballo.

Las prendas no se pegan aquí a la piel ni apenas dibujan la silueta, dejando la nota sensual al tejido, que en algunos casos juega con transparencias.

La severidad de algunos de los modelos, que llevaron el gusto de la austeridad Lemoniez al grado más alto, se vio aliviado únicamente en sus prendas de abrigo, que avivaron los colores y se apropiaron de gamas más alegres.