'Rosas, restos de alas': antikit de supervivencia

Rosas, restos de alas
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Rosas, restos de alas

Precaución, amigo lector: ciertas obras inoculan el virus del voyeurismo. Los síntomas no tardan en manifestarse: nada de mucosidades, toses o fiebres nocturnas, sino más bien plegarias para que una ventana indiscreta atienda nuestros deseos.

Leer esta novela invita a espiar a Pablo Gutiérrez, adivinar cómo concibe sus historias, rechaza unas palabras y festeja otras, entregado a su labor igual que un artesano. Imaginamos al autor distinguir con lupa el efecto de un adjetivo, manipular con guantes una oración quebrada. Ningún detalle se tambalea. Primera novela: tierra firme. El olor a «suavizante reciente» de la esposa actúa como una magdalena proustiana en dos tiempos: el pasado remoto y el futuro inmediato.

El caudal de la acción es narrativo; el sedimento lógico en un poema, e inesperado en la prosa. Meandros aparte, ¿qué ocurre? Más lo intuido que lo mostrado. El protagonista, un varón que ronda la treintena y cuyo nombre adulto desconocemos –el apodo de infancia y adolescencia, Rosito, lo heredó de la madre–, abandona la estabilidad –su matrimonio, su puesto de trabajo– para construir una nueva vida –o lo que puede– entre flash-back y flash-back. Se resigna, experimenta, vuelve y se hunde, conduce: un guión de Houellebecq para un libro que no se quiere generacional, pero termina siéndolo.

Si los chicos de la oficina regalan al protagonista «un kit de supervivencia para turistas sexuales», cualquiera con dos gramos de lógica opinaría que Rosas, restos de alas equivale al antimanual para la felicidad contemporánea, amén de bocado celestial para lectores exigentes.

La Fábrica / 103 páginas / 14 euros

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