Un príncipe que quería casarse pidió a un emperador la mano de su hija. Como presentes llevó una rosa de exquisito aroma y un ruiseñor que cantaba maravillosamente. La princesa, al ver los humildes regalos, los rechazó y también al pretendiente.
El príncipe no se resignó y tuvo una idea: se disfrazó de porquerizo y pidió trabajo al emperador. Y lo consiguió. El joven, después de realizar un duro trabajo en las pocilgas, construía cajas de música.
Un día la princesa escuchó la melodía de una de las cajas y quiso saber si estaban en venta. El porquerizo le dijo a una de las doncellas que el precio era cien besos de la princesa. Ella se negó, pero finalmente accedió. Y cuando la princesa daba el beso número 87, el emperador los descubrió.
El príncipe y la princesa fueron expulsados del palacio. Y entonces la princesa le confesó al porquerizo que debería haberse casado con el príncipe. Al oír esto, el porquerizo se despojó de su disfraz y le dijo a la princesa: «Me despreciasteis como príncipe, junto con la rosa y el ruiseñor. En cambio, por un juguete besasteis a un porquerizo. Ahí os quedáis». Cerró la puerta de su palacio.
Este príncipe no se casó. Quizá no encontró a la princesa adecuada. Es muy importante conocer bien a nuestros compañeros en este largo e interesante viaje que es la vida.
Próximo viernes: 43/El cometa
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