En las clases se enseña que ser payaso parte de uno mismo, no se trata de copiar algo que ya existe, sino de «descubrir el payaso que llevamos dentro», por eso se alejan del «cliché de payaso con peluca, trajes de colores y zapatos grandes».
«Intentamos trabajar sobre la persona: su forma de hacer reír a los demás, de encajar el fracaso, de hacer el ridículo... es la manera de conseguir emociones auténticas», dice el profesor.
Un requisito fundamental para los alumnos es llevar ropa con la que se sientan ridículos. «Una prenda que lleva años guardada y que nunca te has puesto porque te ves grotesco», explica.
Los cursos cuestan 185 euros. Se hacen cada año y constan de siete ciclos, repartidos entre febrero y junio. Una manera de darles salida es poder sacarle una sonrisa a un niño enfermo, trabajando como payaso de hospital.
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