El vermut de los domingos y la cocina casera contra los diseños minimalistas y la música chill-out de fondo. La ciudad se queda sin sus tascas de siempre, debido al cambio generacional de padres a hijos y el fuerte empuje de las franquicias.
«Desde hace cinco años se observa cómo este tipo de bares pierden peso», afirma el portavoz de la Asociación de Hosteleros de Madrid La Viña, Rodrigo Vasco. Cuando los dueños de los locales tradicionales se jubilan, ceden el negocio a sus hijos, los cuales prefieren olvidarse del mismo o dejarlo en manos de una franquicia moderna, una apuesta más segura, ya que «más de la mitad de los locales nuevos fracasa a los cuatro años», según Vasco.
Adiós ‘por ruina’
A algunos, como el El Bocho, en la calle San Roque (Centro), un mítico restaurante que todavía conserva su decoración original de 1945 y en el que los menús se siguen elaborando con cocina de carbón, los obligan incluso a cerrar sus puertas. La Universidad de Salamanca, propietaria del inmueble, ha declarado el edificio en ruina a pesar de que fue reformado hace cinco años. «A nadie le apetece tener un arrendado con alquiler de renta antigua. Es mal negocio», afirman los dueños.
Fuentetaja tuvo que mudarse
La Librería Fuentetaja de la calle San Bernardo ejemplifica cómo se puede mantener vivo un espacio histórico. El edificio del número 48 de la calle, sede del negocio desde hacía 46 años, fue desalojado por la inminente ruina que presentaba. La librería estuvo seis meses cerrada hasta que el dueño consiguió encontrar, en el número 35 de la misma calle, un local perteneciente a un apasionado de la cultura que le facilitó un nuevo alquiler.
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