A las puertas del Arts, me uní a los seguidores que esperaban pacientes al Jefe. Eran unos 20, de unos 30 años. Miranda y Erik, holandeses, le siguen por media Europa. Le vieron en Bruselas. Ayer, tocaba Badalona. Aún les queda Roma, París, Berlín... «Todo vale por amor», contestaron. También estaba Miquel, un mallorquín que descubrió su música en la mili, gracias a Ricard. Junto a ellos, Montse. Estuvieron a punto de verle hace un tiempo, en New Jersey. «Vimos a su banda, pero no a él», lamentaba ella. Allí visitaron la casa natal del ídolo. En Barcelona, nada.
Y en Badalona...
«Que raro que no haya nadie», decían Mingui y Ángeles, canarias. Llegaron al Pavelló con bocatas y agua. «¿Me enseñáis la entrada?», les espeté. Se miraron recelosas. «No», dijeron. Segundo portazo del día. Normal, les costó 70 1 y cinco horas colgadas del teléfono.
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