La trayectoria de Natalie Portman es admirable. La actriz de origen israelí es un cerebrito (se graduó en psicología en la prestigiosa Universidad de Harvard, habla seis idiomas y ha publicado artículos en revistas científicas), ha deslumbrado con su talento interpretativo en algunas grandes producciones de Hollywood (en 2011 ganó un Óscar por su papel en Cisne negro) y es una de las musas del cine independiente.

Sin embargo, como muchos otros intérpretes, Portman suele alternar trabajos de cierta categoría con otros más comerciales y rentable pero de dudosa calidad. Uno de esos papeles de los que la aún joven actriz no puede presumir es el de Padmé Amidala en la trilogía de precuelas de Star Wars, tres películas vapuleadas por la crítica en las que no se salva ni su habitual buen hacer actoral.

Ahora, la actriz de 35 años ha confesado en en el programa de Jimmy Kimmel que no ha dejado que su hijo Aleph, de cinco años, vea La amenaza fantasma, El ataque de los clones y La venganza de los Sith. Sin embargo, esta negativa no tiene nada que ver con la calidad de las mismas o la poca profundidad de su personaje, que podría haber malogrado su carrera. Esta decisión está relacionada con el funesto final de Amidala.

"Es un poco vergonzoso. Cuando lo hice, pensaba: "Esto va a ser lo más alucinante. Un día, cuando tenga hijos, se lo podré enseñar". Sin embargo, la realidad es otra. "Muero en las películas. Creo que es algo siniestro para enseñarle a tu hijo".